Al haberse conmemorado recientemente 25 años de la muerte de Nicomedes Santa Cruz, nuestra Biblioteca Mario Vargas Llosa recomienda el libro Mi tío Nicomedes, del diseñador y músico Octavio Santa Cruz.
Por Manuel Barrós, Biblioteca Mario Vargas Llosa
Este último 5 de febrero se cumplieron veinticinco años del fallecimiento de Nicomedes Santa Cruz (1925-1992). Con motivo de esta fecha, la Biblioteca Mario Vargas Llosa de la Casa de la Literatura le rinde un homenaje con la reseña de Mi tío Nicomedes (2015) de Octavio Santa Cruz.
Mi tío Nicomedes es una emotiva semblanza de la familia Santa Cruz hecha por uno de sus miembros más importantes en el siglo XXI. El libro reúne un conjunto de textos —ensayos, artículos, recuerdos diversos— anteriormente dados a conocer en diferentes medios y oportunidades. En su conjunto, Mi tío Nicomedes configura un documento que coloca a Octavio como portavoz de los recuerdos familiares y responsable de su fijación en la memoria colectiva al momento de ser devueltos a la vida nacional. Lo que vio, lo que oyó, lo que le dijeron, lo que priorizó y olvidó de los modos en que fueron recordados algunos de los momentos más elocuentes de la presencia pública de su familia. Como el mismo autor señala: “¿por qué hablar públicamente de mi vida al lado de los Santa Cruz? Muy simple: porque fue una experiencia singular y por ser personal no hay nadie más en el mundo que pueda hacerlo, y porque conforme pasa el tiempo más entiendo que los Santa Cruz (fundamentalmente los Santa Cruz Gamarra) constituyen un fenómeno cultural destacable en el Perú”.
Más que un libro académico, se trata de un ensayo personal en el sentido más fecundo del término. El autor se inquiere ante sus propias experiencias y ensaya respuestas —algunas muy tentativas— sobre los aspectos más importantes de su experiencia como miembro de una de las familias más importantes de la cultura afroperuana. A veces como testigo memorialista, otras tantas como agente activo de distintos hechos artísticos, implícitamente Octavio también se pregunta por cuál ha podido ser su presencia en la familia, cuál la relevancia de esta en su propia trayectoria. Habla un poco de sí mismo, de sus tránsitos biográficos entre el diseño, la guitarra y la vida académica. Y todo ello en especial relación con su tío Nicomedes. Así, apalabrar a la memoria, otorgarle la alteridad cultural del presente es, sobre todo, registrar el testimonio e historias de un espectador privilegiado. Aunque no lo dice con estas palabras, en sus textos Octavio yace como un niño absorto en la cotidianeidad de su familia: por momentos maravillado; en otros, abismado ante el singular grupo humano del cual ha aprendido a formar parte.
Los diez textos del libro devienen en un lienzo de imágenes, retratos y pensamientos sobre la familia Santa Cruz Gamarra y la herencia africana en el Perú. En ellos encontramos tanto a los hermanos más conocidos y a los que lo fueron menos; pero, sobre todo, a Nicomedes y a Victoria. En torno a ellos giran las partes más importantes del libro. “Mi tío Nicomedes”, el primer texto que da nombre al libro, presenta una serie de datos valiosos sobre su biografía, además de ciertos pasajes reveladores de su proceso de producción artística. Por ejemplo, el anecdotario que Octavio comparte presentan un poco el ‘detrás de cámaras’ de parte de los detalles finales que el disco Cumanana tuviera. El segundo texto, “Mi vida con los Santa Cruz” habla de los distintos miembros ilustres de su familia. Comienza con una semblanza intelectual de César Santa Cruz, compositor, clarinetista y autor del libro El waltz y el valse criollo (1977). De igual manera, habla de Rafael, el torero, de sus tías y abuela cocineras y del abuelo, primer inculcador de la sensibilidad en la familia. También, cuenta los inicios de Victoria como costurera y diseñadora con una creciente fama durante sus primeros años, pero que a raíz de su interés por otras artes, lo dejó. Octavio nunca le preguntó a Victoria por qué dejó de coser y/o diseñar, pero lo intuye. Como él mismo dice, solo dedicarse a la costura ya significaba una opción profesional por desarrollar.
Ya en el tercer y cuarto ensayos Octavio enfatiza lo académico. En “De la métrica de Espinel al temple maulío. Antecedentes y evolución de la décima criolla” analiza los aspectos formales de la décima y su devenir en el Perú. A partir de las investigaciones de Nicomedes y las propias, Octavio se explaya como conocedor de una de las principales tradiciones líricas y musicales de la costa peruana. A partir de ese texto, el autor prepara al lector para “Su primera décima”. En este cuarto texto, Octavio busca “poner de relieve la buena disposición para la versificación ágil y veloz” del Nicomedes decimista: los aciertos, hazañas y usos públicos. Octavio nos sugiere que, tras la importancia inicial que tuvo la décima en la inquietud juvenil de Nicomedes por la herencia africana, ella pasa a un segundo plano por una suma de circunstancias. Nicomedes descubrió otros lenguajes artísticos, como el teatro y la música. Poco a poco se fue desvinculando de la décima por la falta de contendores repentistas. Si bien publicó un libro en 1982, su trabajo como locutor de radio y el público cada vez más amplio que tenía lo llevaron por otros caminos. Así, Octavio ensaya una respuesta a la falta de continuidad en el ejercicio de la décima: las múltiples facetas de su tío exigían otros perfiles y facetas como, por ejemplo, la de intelectual público o promotor cultural.
En los textos “Nicomedes, primera época” y “El poeta y su circunstancia”, Octavio hace un repaso por el quehacer cultural de Nicomedes. Dada su amplia gama de facetas, en todos los pasajes del libro Nicomedes subyace como personaje público o familiar, creador o intelectual, tío o investigador con el cual Octavio siempre dialoga. De ahí que no extrañe ni el título del libro ni la manera en que están dispuesta toda la información que el autor nos comparte. Como él afirma: “Nicomedes colocó poco a poco sobre sus hombros la tarea de rescatar canciones casi olvidadas, clarificar la estructura de algunos bailes y divulgar algunos aspectos característicos de nuestras costumbres”. Y siempre, partiendo de la idea de lo familiar, el primer recinto de su sensibilidad cultural: creativa, unida, anecdótica, con distintas personalidades, sin una única marca ideológica. Según Octavio, “en casa no se discutía de política”, pero se infiere que era a partir de lo artístico que ejercían sus posiciones, sus derechos cívicos, su derecho a la creatividad y al pensamiento. En Nicomedes eso podemos verlo desde las décimas. Octavio afirma que a través de ellas, su tío fue el primero en pronunciarse en un tiempo en que “no se hablaba de reivindicaciones raciales”.
Las últimas partes del libro están compuestas por un ensayo académico y textos sobre Victoria Santa Cruz. En “Cuentos de Negros” Octavio analiza las diversas manifestaciones y presencias de la oralidad en la literatura y música afroperuanas. Pero lo más interesante está en su testimonio y escritos sobre Victoria Santa Cruz a quien le dedica las dos últimas secciones del libro: “Victoria Santa Cruz y Perú Negro” y “Victoria Santa Cruz y su adiós al Perú”. En el primero, Octavio narra lo que fue el surgimiento y fin de la compañía de teatro “Teatro y Danzas negras del Perú”. Habiendo regresado de Francia en 1966, Victoria encontró (a través de una convocatoria), formó y preparó a parte de los miembros más importantes de lo que años después serían los miembros fundadores de Perú Negro. Octavio registra el disgusto y traición que experimentó Victoria al ver que sus aprendices ‘vendían su arte’ en distintos espectáculos como las peñas limeñas. En el otro texto se narra cómo fueron los últimos días de Victoria en el Perú. En 1982 ella se despidió no de su país, sino de “la burocracia que en ese momento era asfixiante”, la del Estado. Ello devino en su paso por la Universidad de Carnegie Mellon en Pittsburgh, Pennsylvania, ya que fue profesora durante dieciocho años, hasta el 2000, con su teoría del ritmo interno y conocimientos de la danza.
Señalemos unos aspectos importantes sobre esta sección y el conjunto del libro. Octavio idealiza parte de la labor de sus tíos Victoria y Nicomedes. En diversos pasajes aminora y estigmatiza el carácter comercial de los creadores afroperuanos posteriores a sus tíos. Aunque no lo dice textualmente, los reduce a una mera expresión mercantil. Al parecer es así como los ve. Ya son muy conocidas las distintas pugnas y por la legitimidad de quiénes —qué grupo, clan familiar u obra— eran los que realizan la recreación “correcta” o “válida” de la herencia africana en el Perú. Pero ello tampoco debe soslayar las responsabilidades compartidas. Frente a las apreciaciones de Victoria y de Octavio, habría que recordar los testimonios de distintos músicos y bailarines que habiendo trabajado con ella, han develado en distintas oportunidades los propios procesos de exotización que Octavio señala en otros. Más que citar nombres específicos, lo que hemos de mencionar aquí es que el proceso de “exotización” y “africanización” del arte “afroperuano” fue parte de su propia génesis y desarrollo. Ya varios investigadores han mostrado los distintos sincretismos que las creaciones del llamado arte afroperuano —en música y/o danza— han comprendido. Entre otros, Chalena Vásquez, William Tompkins, José Antonio Llorens, Heidi Feldman han mostrado las distintas procesos y transformaciones que lo “afroperuano” ha experimentado dentro y fuera de los escenarios.
Más que injusto, resulta desacertado que Octavio “salve” a su familia de posiciones estéticas, identitarias y culturales que Nicomedes y Victoria Santa Cruz sí tuvieron en distintos aspectos de su producción artística. Calificar de “artificiosas” o “mercantiles” las representaciones culturales que otros artistas afroperuanos han hecho significa negar los procesos socioestéticos en los que el nacimiento y desarrollo del arte afroperuano se vio envuelto desde 1956. Este no es el espacio más adecuado para entrar en los detalles y fuentes académicas de cada trayectoria artística, pero sí hemos de mencionarlos aquí. Ya son conocidas las anécdotas como las del disco Socabón (1975), en la Nicomedes le pide a Vicente Vásquez que le ponga ritmo a un zapateo y lo recree a su manera. Además, la influencia de los ritmos caribeños —en sus distintas formas musicales— fueron los patrones rítmicos y principales interlocutores con los cuales se dialogaba implícitamente a nivel estético, al momento de componer. De igual manera, Adolfo Zelada, veterano guitarrista, ya ha hablado del gusto de Victoria por el Ballet Africano que en las décadas de los sesentas y setentas se presentó varias veces en Lima o cuando ella iba a verlos en los festivales folklóricos internacionales en los que también participaba.
En buena cuenta, lo afroperuano es la versión moderna de la herencia africana en el Perú y sus valores estéticos —las complejidades técnicas de sus creaciones— lo relacionan con sus pares en la región latinoamericana. Octavio idealiza el papel de sus tíos y no reconoce que la tendencia a la exotización y un relativo giro mercantil ya estaba presente en los propios Santa Cruz, pues todo comenzó con José Durand en 1956 con la “Compañía Pancho Fierro”. Sin embargo, esas inconsistencias no dejan de darle valor al libro, pues Mi tío Nicomedes es un documento de una familia afroperuana mayormente abocada a la sensibilidad. Se trata de un libro sobre los Santa Cruz Gamarra, sus miembros, sus costumbres y la trascendencia de sus quehaceres. En su lectura se evidencia uno de los rasgos consustanciales a la cultura afroperuana: la enorme relación —en su incansable cercanía y dependencia— entre la vida privada y la vida pública. Familias enteras han trascendido, cultivando y difundiendo distintas propuestas entorno a la necesidad de un reconocimiento en la historia cultural de la nación. Entre otras, junto a los Vásquez y los Campos, los Santa Cruz representan una de esas familias fundamentales para nuestra nación. Y es ese el verdadero lugar de su memoria.
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