El jueves 26 de abril el escritor ancashino Óscar Colchado Lucio recibió el Premio Casa de la Literatura 2018. A continuación compartimos la carta enviada por el escritor Jorge Eslava para la premiación.
Por Jorge Eslava Calvo
Leer algunas páginas de nuestra literatura infantil actual pone en evidencia la enorme diferencia que existe de cuanto se publica. Quisiera referirme predominantemente al lenguaje, no a la amalgama de texto, imagen y otras destrezas que constituyen un libro infantil. Conviene recordar que la literatura es un arte que coloca al lenguaje como protagonista; por encima del argumento, las situaciones o los personajes de una historia y, sobre todo, del socorrido mensaje pedagógico. La categoría de “literatura en valores” que, sin duda, ha nacido en las escuelas y es custodiada por las grandes editoriales, encierra similares riesgos que la exitosa “literatura de autoayuda”: fortalece el músculo moral, pero adelgaza las fibras de la sensibilidad y del discernimiento. Forma un receptor rígido y dogmático, frágil ante las complejidades de la vida. Y en ese sentido parece encaminarse cierta lectura escolar.
En las conversaciones con los alumnos, los profesores insistimos en que la literatura es un objeto estético, de carácter histórico social y que el lenguaje literario es un mecanismo asombroso que se ofrece al lector de manera ilusoria, pues su membrana más superficial cumple la delicada operación de convocar un efecto emocional en el receptor y, de otro lado, encubrir los secretos de una obra. En este papel vinculante del lenguaje, de discurso y contenido, se desarrolla la dificultad de interpretar un texto literario. De ahí que la noción de univocidad, vale decir, la cualidad o propiedad de ser unívoco, es contraria al sentido de toda buena literatura, que más bien se presenta plural e inacabada ante los ojos del lector. La ambigüedad es una perla de belleza y sugerencia en toda lectura responsable.
Las reflexiones precedentes han surgido de las lecturas de los libros de Colchado Lucio, quien mantiene una dinámica producción tanto en el campo de la literatura en general como en el de la literatura para niños. Para empezar, él ha dado en el blanco con su personaje Cholito. En cada una de sus historias ha sabido inflamar de emoción a sus lectores, porque su emblemático personaje nunca está quieto, ni por fuera ni por dentro. El hábil narrador no le da respiro, llevándolo a situaciones extremas y planteándole con frecuencia variadas posibilidades de acción; pero estas peripecias continuas no son impulsos para un ciego accionar, en tanto que nunca vemos correrías sin sentido de este niño andino. Jamás una estampida autómata, pues cada paso o salto del personaje está precedido por el desconcierto y la curiosidad. Y en estas inquietudes se revelan las fibras de su interior: nobleza, ánimo de justicia, deseo de conocimiento.
Otro libro que me encanta es Rayito y la princesa del médano. Se trata de un conjunto de ocho relatos de aire provinciano, que tiene la vida doméstica como eje de crecimiento humano y donde la presencia (y su antinomia) de un animal alterará y enriquecerá el orden social. El libro está narrado con lenguaje depurado, de alta vibración lírica y se inscribe en una tradición entrañable de la narrativa y poesía peruanas, aquella que privilegia a los seres del entorno conviviendo con algunas humildes bestezuelas: gallos, perros o gatos. Recuerdo El Caballero Carmelo, de Valdelomar; Las canciones de Rinono y Papagil, de Valle Goicochea; Los días de carbón, de Rosa Cerna; y Mi amigo caballo, de Jorge Díaz Herrera. Los nombres que evoco tienen a la familia como universo literario y a partir de una anécdota, en apariencia trivial, ha logrado trascender la condición íntima y alcanzar vetas profundas de ternura y solidaridad.
Estas, como todas las narraciones de Colchado, enriquecen y revitalizan nuestra tradición. Sin duda, considero que el premio concedido por la Casa de la Literatura este año se lo ha ganado con creces. Me alegro por él y su familia, también me alegro por la fortaleza y la vivacidad que ha sabido ofrecer a un género que empieza a ser reconocido gracias a su excelencia creativa. Salud e ilusiones, querido Óscar; te agradezco y abrazo a la distancia.