A pocos días de celebrar las Fiestas Patrias, presentamos un libro que, con honestidad y visión crítica, explora los problemas más cruciales de nuestro país.
Por Jean Paul Espinoza, Biblioteca Mario Vargas Llosa
En las últimas semanas, asistimos a un fenómeno que se manifiesta cada vez que la selección de fútbol disputa un enfrentamiento decisivo. Portadas de diarios, anuncios de TV, publicaciones en redes sociales, avisos radiales, en fin, todos los medios de difusión masiva transmitían un solo mensaje: el Perú entero estaba unido y firme. Y no era difícil notar cómo esta idea era asumida como una verdad indiscutible que debía ser compartida, socializada y reproducida con entusiasmo. Sin embargo, ¿hasta qué punto es cierto este razonamiento si cada día se observan más casos de violencia, discriminación e intolerancia? ¿Es, en efecto, la integración feliz una imagen auténtica de nuestra identidad? Estoy convencido de que la lectura de Perú vivo (1966), de José María Arguedas, puede brindarnos una perspectiva lúcida y compleja para reconsiderar cómo estamos imaginando nuestro país.
La Biblioteca Perú Vivo fue una iniciativa editorial de Juan Mejía Baca cuyo principal objetivo era difundir las reflexiones de nuestros intelectuales sobre la realidad nacional. Debido a su vasto conocimiento en diversidad cultural y su participación activa en los debates más importantes acerca de la identidad peruana, Arguedas fue uno de los primeros invitados a publicar en el proyecto. Como era de esperarse, su contribución no defraudó: el texto, aunque breve, constituye una valiosa reflexión que examina las aristas más problemáticas del Perú. Pero no se crea que sus opiniones son comentadas desde una posición externa Al igual que en su literatura, las apreciaciones aquí expuestas parten de la experiencia de vida; de ahí que frecuentemente combine pasajes biográficos con la coyuntura de la época. Por supuesto, no estamos ante una incongruencia o un gesto arbitrario. Tal como lo han demostrado los diarios de El zorro de arriba y el zorro de abajo, el periplo vital de Arguedas resume con exactitud la tragedia de formar parte de un país con heridas muy profundas que no cierran desde la Colonia.
Precisamente desde esa mirada dolorosa, nuestro autor emite muestras contundentes de escepticismo frente a la modernidad: “El Perú es hoy un hervidero donde la personalidad de la mayoría de sus gentes está igualmente revuelta, buscando cambios, sacudiéndose de sus raíces tradicionales, pugnando por alcanzar la ‘modernidad’ y dándole a tal sustrato rasgos confusos […]” (p. 14). Él es consciente de que, si bien es cierto, hemos atravesado cambios sustanciales en el curso del siglo XX, muchas de las contradicciones y escollos que se gestaron en la formación de nuestra nación aún permanecen vigentes. No obstante, en lugar de encararlos, parece que la solución más práctica ha sido confiar en el desarrollo, en el avance que se traduce únicamente en términos económicos y nos conmina a desprendernos del espíritu de nuestras tradiciones. De alguna manera, su observación respecto a la modernidad nos sitúa ante una pregunta incómoda: ¿qué estamos entendiendo por progreso?
Esa posición disidente que asume encuentra una realización más crítica cuando nos narra algunas anécdotas de las que él fue testigo. En todas es estremecedor ver que es el campesino el blanco de las injusticias sociales, y es más bien el gamonal quien se impone y prosigue con sus labores que la mayoría de veces se relaciona con la dirección misma del Estado en aquel tiempo. Al enfocar su atención sobre los individuos más oprimidos, hace visible un problema que no es contemplado en la agenda prioritaria de la nación. La estrategia para concientizarnos es directa: nos pone en primer plano a aquellos hombres y mujeres que no sintonizan con la imagen armónica de un Perú próspero.
En ese sentido, no es difícil intuir que el perfil de científico social de Arguedas no está ausente en este libro. En cada fragmento es posible apreciar la necesidad de analizar con objetividad todo lo que ha visto y oído. Incluso se permite presentar algunas hipótesis que ya muchos antropólogos y sociólogos, décadas después, plantearían en sus investigaciones: “El desprecio de los dueños y administradores de los latifundios costeños por los peones parecería ser menos explicable que el que había atestiguado y sufrido en la sierra aislada, donde las diferencias culturales daban a los señores un argumento aparentemente ‘racional’ para justificar el trato brutal que se daba al indio ‘inferior’, ‘todavía idólatra’” (p. 11). Sin duda, aquí advertimos un hecho que, al mismo tiempo que lo impresiona, lo impulsa a interpretar con juicio certero las dinámicas culturales de nuestro contexto. Así, la actividad intelectual no está fuera de la vida misma; más bien se vale de ella para generar pensamiento crítico. Tal vez por eso agradece su paso por la Universidad, pues fue ahí donde orientó con discernimiento las inquietudes que anidaban en su interior: “En la Universidad, los escritores de mi generación y muchos maestros, me instruyeron y estimaron en mí lo que encontraron de original […]. Este mutuo afecto y respeto hizo que, recíprocamente, aprendiéramos, ellos de mí y yo de ellos. Fui completamente feliz. Viví completamente agradecido” (p. 9).
De otro lado, Arguedas señala que sus reflexiones debieran extenderse también a un plano continental, pues Perú no es el único que exhibe aún graves taras sociales. Toda esta parte del mundo, conformado por territorios que pasaron por una experiencial colonial, debe identificar sus problemas estructurales y comenzar a fraguar un cambio. Desde su punto de vista, debido a que no hemos iniciado esa labor todavía no obtenemos la anhelada integración regional. Y lo que ha sucedido, más bien, son conflictos bélicos entre estados que debieran urdir lazos en aras de la convivencia pacífica. Al respecto, propone una respuesta para describir esta situación dura: “¿Por qué se presenta dividida América Latina? […] En casi todas las guerras no se jugaron intereses propios de los países recién independizados que, sin embargo, se destrozaron con odio no exento de heroísmo. Ellos fueron manejados como menores de edad, ni siquiera por las naciones que se repartían el mundo sino por algunas empresas particulares de esas mismas naciones” (p. 16). Con esta explicación, no pretende solamente esgrimir una desaprobación feroz a nuestra condición de dominados, sino habilitar en nosotros una visión más aguda para librarnos del sometimiento imperialista. Por eso, más adelante indica que, solo reconociendo nuestros condicionamientos externos y los propios errores, podremos cambiar el rumbo histórico.
Para finalizar, vale la pena preguntarse cuánto ha cambiado nuestra patria (y Latinoamérica) desde que se publicara Perú vivo. Probablemente no mucho. Sin embargo, el legado que nos ha dejado Arguedas nos plantea el desafío de un crecimiento distinto; su apuesta es por una transformación posible: “Seguimos siendo un país cruelmente jerarquizado, pero el camino del ascenso ha sido abierto” (p. 12).
El libro Perú vivo forma parte de nuestro Fondo Especial y se encuentra disponible en la Biblioteca Mario Vargas Llosa de la Casa de la Literatura Peruana. Pueden consultar el texto gratuitamente de martes a domingo de 10:00 am. a 7:00 pm.