Continuando con la celebración del 482 aniversario de Lima, esta semana la Biblioteca Mario Vargas Llosa presenta la reseña de Lima en 10 cuentos (1966), antología cuya edición estuvo al cuidado del poeta Carlos Henderson (1940).
Por Manuel Barrós Alcántara, Biblioteca Mario Vargas Llosa
Lima en 10 cuentos tiene a la capital como el escenario literario. En ella transcurren las vidas y hechos de los más distintos personajes que hacen de la ciudad un espacio de tensión y de encuentro, un lugar en el que se aviene la ficción como una manifestación más de la imperante realidad de lo social. Y es que la mayoría de las visiones de esta antología refiere a los hechos sociales más importantes de las primeras décadas del S. XX: el crecimiento demográfico, la marginalidad de los migrantes, la expansión urbana, las barriadas, la desigualdad económica, el sincretismo cultural de una ciudad multiétnica. Y, a consecuencia de todo ello, la necesidad de reafirmar la propia existencia ante lo violenta y excluyente que llega a ser Lima. Por eso mismo, la ciudad también es vista como una de las protagonistas de sus historias, como aquella entidad con la que hay que lidiar y saber sobrellevar para hallar un espacio, un resquicio de tiempo donde vivir.
Considerando que fue publicada en 1966, Lima en 10 cuentos es un pequeño muestrario de las preocupaciones, intereses y ejercicios textuales de los escritores antologados que situaron en Lima las circunstancias narrativas de su imaginación. La antología comienza en la Lima lúdica y jocosa de inicios del S. XX. Los dos primeros relatos —“Cera”, de César Vallejo y “Sociales” de Héctor Velarde—, presentan a la ciudad como un espacio ocurrente y de una vivacidad muchas veces insólita. El ‘chino’ Chale, personaje vallejiano, elabora y alista lo que será su gran compañero en el juego de azar: los dados. Desde la ventana, el narrador se detiene intrigado a contemplar los preparativos de su amigo y lo acompaña hasta el violento desenlace de la historia. Por su parte, en el cuento de Velarde nos recuerda la ocurrencia del delirio. En un hospital psiquiátrico Max es visitado por un antiguo amigo. En el transcurso del relato se descubre que la locura del visitado tiene un síntoma compartido con el visitante y que ambos ignoran hallarse encerrados. Así, a pesar de la locura, en Lima no se pierden las costumbres sociales; en el delirio se sigue siendo socialmente cuerdo.
Los cuentos tres y cuatro vuelven sobre los temas principales del libro desde el centro mismo de la ciudad, ambos con personajes afrodescendientes. “Trompo”, de José Diez Canseco, se sitúa en la Alameda de los Descalzos. La historia gira en torno al divertimento de un grupo de niños y de cómo sus reglas concentran el forzoso aprendizaje de crecer. Jugar al trompo y quiñarlo es para Chupito algo inaceptable. La ley del juego equivale a los desaciertos e injusticias de la vida. Recién abandonado por su madre y resondrado por su padre por haber perdido un trompo, Chupito busca la revancha ante su grupo de pares, pero solo encuentra la reiterada pérdida. Por su parte, en “Duelo de caballeros”, Ciro Alegría nos muestra el mundo del hampa de Malambo. En los años veinte un duelo de navajas enfrentó a los dos delincuentes más temidos del barrio: Tirifilo, el más viejo y Carita, joven con una fama naciente. Una cuestión de honor; las tensiones entre los dos se agravaron por el insulto que Tirifilo hizo a la madre del otro. Ganó la agilidad y estrategia del joven. Este es el relato de la fiereza, un retrato de las alcances de la violencia.
Los relatos quinto y sexto nos recuerdan la inevitable urgencia de la necesidad. Eugenio Buona cuenta en “El accidente” lo venturosa que resulta la inesperada muerte de un mal hombre para la protagonista. Ese es el caso de la joven Amaya quien padeció las astucias, irresponsabilidades y engaños del viejo Don Manuel. A pesar de ser muchas veces injusta y violenta, en Lima también tiene lugar la esperanza. Al morir atropellado en Tacora, Amaya encuentra en la muerte del viejo una mediana justicia que le sirve como una forma de liberación de los malos momentos que habían marcado su vida. El sexto cuento, “El cuervo blanco” de Carlos E. Zavaleta, refiere a la imperativa pobreza que acecha el negocio de venta de ataúdes para niños de Jacinto. Frente a la falta de clientes, él debe buscarlos en la puerta falsa del Hospital del Niño, lo cual espanta a su esposa porque lucra con la muerte infantil. Dadas las circunstancias económicas y a fuerza de necesidad, la esposa se ve obligada a tomar el oficio del esposo cuando aquel no podía trabajar. Contraria a su sentir, se encargó de cada uno de los procedimientos y burocracias con los cadáveres de los niños para poder salvar el negocio. En ambos relatos se da el obligatorio aprendizaje emocional frente a la ciudad, frente a la necesidad de encontrar una mejor expectativa de vida y salir de la marginalidad.
Por su parte, en Ribeyro y Congrains encontramos otros ejemplos de lo cruda e injusta que llega a ser la pobreza. El clásico “Gallinazos sin plumas” es un retrato de la miseria y el exagerado tedio del hambre en la breve infancia de Efraín y Enrique. El transcurrir de los días solo encuentra sentido en alimentar a Pascual, el chancho que se venderá para beneficiar económicamente al viejo que, al final del cuento, lucha para no ser devorado por el animal. Este clásico ribeyriano introduce en el corpus de la antología la marginalidad desde la infancia y la podredumbre capitalina. En un aspecto similar encontramos “El niño de junto al cielo”, uno de los cuentos más conocidos de Enrique Congrains. Esta es una historia sobre la depredación social. Esteban acaba de llegar de Tarma; ahora vive en el Cerro San Cosme, lugar que él llama “La casa de junto al cielo”. Le han dicho que la ciudad es un ser vivo que ausculta y acompaña a todas partes. Para él se trata del “monstruo de un millón de cabezas”, por los muchos cerros avistados desde su infancia. A los diez años sufre el primer engaño a manos de un niño limeño que lo entusiasma y lo conduce a una naciente empresa: vender revistas en las esquina en busca de necesarias ganancias. Esteban es engañado por el monstruo. Ingenuo y fallido, al finalizar el día, se sabe devorado por una de las cabezas del monstruo. Toma el tranvía de regreso a casa, de regreso a su infancia.
Otros registros de la ciudad nos traen las historias de Oswaldo Reynoso y Mario Vargas Llosa: el erotismo, la camaradería, la jovialidad, la bulliciosa juventud. En “Cara de ángel”, cuento perteneciente a Los inocentes (1960), encontramos a un joven de diecisiete años caminando por el Jirón de la Unión, casi un efebo, con cara de mujer. “María Bonita”, le dicen. Está cansado de ser acechado por las ‘locas’ del Centro, pues cuando no es visto como afeminado, es ridiculizado por sus amigos por ser un simple ‘chibolo’. “Inocencia y pecado” en el primer caso; falta de hombría que exteriorice alguna señal de seguridad y solvencia masculina, en el segundo. El juego con Colorete, Rosquita, El Chino, Carambola muestra una Lima siempre sensual y provocativa, tanto desde lo hetero como lo homosexual. En otro lado de la ciudad, “Día domingo”, cuento de Los jefes (1959), transcurre en el Miraflores clasemediero de Lima. Miguel y Rubén comparten el grupo y el gusto por una chica. En el aplauso diario de los días, se retan, se entusiasman, se arriesgan a la juventud desde la camaradería y familiaridad. Así surge el reto de nadar en el mar. Habiendo tomado, Miguel y Rubén se lanzan al agua y lo que casi termina en una muerte compartida, deviene por buen azar, en la victoria de Miguel. Ganó prestigio; ganó una mayor aceptación en el grupo.
Entre otras cosas, todos los narradores seleccionados sugieren una ciudad elocuentemente literaria. Encontramos un Vallejo que, por la época, no tenía mucho de haber comenzado a ser valorado como narrador, específicamente como cuentista. Sobre todo, encontramos la predominancia de los narradores de la llamada Generación del 50 en los entonces jóvenes valores: Vargas Llosa, Ribeyro, Zavaleta y Reynoso. Aunque con desigual atención, hacia mediados de los años sesenta todos ellos tenían una naciente reconocimiento en las letras peruanas. Su presencia se trasluce en un papel cercano al de cronistas sociales, por los matices y visiones de la realidad en la que encuentran el fundamento de su imaginación. Las formas de la infancia y la inocencia, la indiferencia y la hostilidad, las exigencias económicas y la necesidad; todas apuntan a las circunstancias sociales en las que devienen la vida de los habitantes en la ciudad. Pero también, otros autores nos recuerdan que en Lima también hubo espacios para el humor y el delirio, para la violencia del honor o los divertimentos a pesar de la pobreza. Hablamos, pues, de las distintas experiencias literariamente inscritas en la ciudad. Lima yace siempre propicia para la imaginación.
Puedes acceder a este libro en nuestra Biblioteca Mario Vargas Llosa, (Jr. Áncash 207, Centro Histórico de Lima), en el horario de martes a domingo de 10 a.m. a 7 p.m., solo con tu DNI.