Con motivo de nuestra Exposición “Watanabe. El ojo y sus razones”, les recomendamos la lectura de uno de los libros más entrañables y celebrados del poeta, narrador, dramaturgo y guionista, José Watanabe: Cosas del cuerpo (Peisa, 2008).
Por Antonio Chumbile, Biblioteca Mario Vargas Llosa
Ser José Watanabe durante los años 70 no fue nada fácil. La poesía peruana atravesaba por una serie de cambios a niveles estéticos e ideológicos que en su mayor parte apuntaban a la creación de poemas urbanos, violentos e impregnados con la convulsionada realidad del país. Podría decirse que no eran tiempos favorables para la contemplación silenciosa de los detalles. Sin embargo, ya desde su primer libro, Álbum de familia (1971), José Watanabe nos presentó poemas de plena madurez donde, más que la voz y las ideas del poeta, predominan su mirada y su silencio. Algo así como un templo en medio de la tempestad.
José Watanabe es uno de aquellos grandes poetas insulares cuya presencia expande vigorosamente nuestra tradición literaria. Alejado del frenético estilo conversacional de la Generación beat, Watanabe recupera en su palabra el espíritu del haiku japonés y el cálido tono narrativo de las parábolas. Estas singulares influencias se suman a su amplia capacidad de encontrar grandes revelaciones en los seres más humildes, así como en los objetos y actos más cotidianos. Watanabe nos comparte su sabiduría a partir de la más sensible observación, como si se tratara de un maestro zen revelando la plenitud del presente a partir de una taza de té. Este arte del buen mirar lo encontramos con una admirable perseverancia en todos sus poemarios. De entre estos libros, Cosas del cuerpo (1999) es uno de los más celebrados.
Cosas del cuerpo contiene 30 poemas que presentan varios temas constantes en la poética de Watanabe (los lazos familiares, escenas de la vida cotidiana, seres y paisajes de la naturaleza, nostalgia por la infancia y la provincia, los límites de la poesía) pero abordados en su mayor parte desde la materialidad del cuerpo. Aquí la mirada del autor se detiene en la textura, la fragilidad y la belleza de los cuerpos de seres anónimos, seres deseados, animales y plantas, sobre todo en la sección que presta su título al libro. El lector se adentrará en la serena sabiduría de Watanabe a través de la observación sobre la forma de un lenguado, los movimientos de un maestro de kung fu, la textura de las malaguas o el diseño de una mate burilado. Este poemario nos dice que todos los cuerpos guardan valiosos secretos sobre nuestra existencia.
Para Watanabe el cuerpo no solo es lo que se contiene tras la piel sino también aquello que expulsa y el entorno que le afecta. Por ejemplo, en el poema “Mi casa” el autor nos hace una confidencia que une lo cotidiano y lo biológico: “Mi casa es membranosa y viva (…) Estoy hablando del lugar de mi cuerpo/ que he construido, como el pájaro aquel, con baba/ y donde espacio y función intercambian/ carne” (p. 20). Similar simbiosis ocurre entre la cabra que corre por el bosque y “se deja en cada espina” o la montaña y el animal que la habita hasta fundirse con ella: “me tocaré/ y si mi cuerpo sigue siendo la parte blanda de la montaña/ sabré/ que aún no soy la montaña”(p.19). Watanabe nos revela esos diálogos secretos que se forjan entre nuestro cuerpo y el mundo.
Cosas del cuerpo continúa con la sección “Tres canciones de viaje” donde las costas peruanas toman el protagonismo por ser “Más trashumantes que los hombres/ o más desalojados”, y por parecer “gigantes de gran lomo/ que meditan una patria mientras defecan.” (p. 40). Quizá Watanabe sea el poeta peruano que más textos le ha dedicado a nuestros desiertos. Esta sección del libro agrega valiosos textos a esta tendencia.
El poemario dedica una sección especial a Vichanzao, centro poblado de Trujillo. Por supuesto, el ojo quirúrgico de Watanabe en vez de detenerse en las plazas o las calles prefiere desmenuzar ciertos detalles cotidianos, tales como una lagunilla, un perro durmiendo bajo el sol o un niño corriendo sobre las piedras del río. Aquí el sol norteño también se hace presente empujándonos a amar con urgencia lo fugaz en el celebrado poema “El guardián del hielo” (p.48). Finalmente, el libro culmina con un grupo de poemas que tratan otros temas menos frecuentes pero no por ello menos importantes en la poética de Watanabe, tales como el humor y la experiencia de los poetas.
Decíamos que la poesía de Watanabe construye una especie de templo en medio del vértigo y la intensidad que solía caracterizar a la poesía peruana desde los años 70. Cosas del cuerpo es una piedra angular en la construcción de este santuario que bien podría ubicarse en Laredo, aquel original cuerpo geográfico que Watanabe inmortalizó mediante su palabra. Cada poema es una invitación a habitarlo.
El libro Cosas del cuerpo de José Watanabe forma parte de nuestra Colección de Literatura Peruana y se encuentra disponible en la Biblioteca Mario Vargas Llosa de la Casa de la Literatura Peruana. Pueden consultar el texto gratuitamente de martes a domingo de 10:00 am. a 7:00 pm.