Desde mayo hasta diciembre de 2018, la exposición La casa sin puerta. Literatura amazónica (1940-1980) congregó a numerosos asistentes y los invitó a conocer más de la literatura escrita en la selva peruana. A propósito del éxito de esta muestra organizada por la Casa de la Literatura, presentamos una antología preparada por Kristel Best y Yaneth Sucasaca.
Por Jean Paul Espinoza
Acaso un sencillo e imaginario experimento pueda proponernos el punto de partida para comentar esta nueva publicación. Veamos: si saliéramos a la vía pública y preguntáramos a cualquier transeúnte los nombres de cinco escritores peruanos, probablemente no advertiríamos en su respuesta a ningún narrador o poeta amazónico. Si, con un poco de entusiasmo, intentáramos extender la lista a diez, quizá tampoco obtengamos resultados satisfactorios. Ahora bien, si fuéramos a las universidades, y concretamente a las facultades de Letras, me arriesgaría a sostener que la situación no cambiaría: siempre, en primera instancia, saldrían a relucir los autores más canónicos de nuestra tradición literaria, todos de procedencia costera o andina. ¿Cuál sería, entonces, el diagnóstico más evidente? He aquí la respuesta: la literatura amazónica sigue siendo aún hoy un campo desconocido e impenetrable para la mayoría de ciudadanos.
Afortunadamente, una de las más recientes ediciones de la Casa de la Literatura Peruana procura cubrir este vacío acertadamente. Allí donde canta el viento. Antología de literatura amazónica (2018) es un conjunto de treinta y dos textos (entre narraciones y poemas) que ofrece un panorama de los escritores más destacados de la región selva en las últimas décadas. Las investigadoras Yaneth Sucasaca y Kristel Best Urday, antologadoras del volumen, guían su selección a partir de un objetivo apremiante: desarchivar la literatura producida en la Amazonía de nuestro país. Con este término, tomado de la académica Patricia Funes, no aluden sino a la tarea de rescatar, revelar y difundir el copioso material literario que permanecía invisibilizado. Esta voluntad teórica y ética se concretó en una búsqueda exhaustiva por bibliotecas, centros de documentación, expedientes públicos y privados, etc., y en la realización de innumerables entrevistas para conocer de primera fuente todo el movimiento intelectual que se gestó en la Amazonía durante la segunda mitad del siglo XX. El resultado es un libro útil y valioso, capaz de dirigirse a un mismo tiempo a dos sectores. Por un lado, apunta al público general, y lo invita a conocer la diversidad de la literatura amazónica. Por otro, apunta al crítico especializado, y le plantea el desafío de examinar con rigor a los artistas aquí reunidos (Jorge Nájar, Ana Varela Tafur, Róger Rumrill, Virginia Roca, César Calvo, Javier Dávila, entre otros).
Uno de los logros más sobresalientes de la antología es su diversidad temática. Pueden leerse aquí creaciones que versan sobre la memoria colectiva, el rol de los mitos, la complejidad de las cosmovisiones, la cotidianeidad del trabajo y, por supuesto, la presencia de la naturaleza, tal vez el tópico por antonomasia cuando se piensa en la región amazónica. No se crea, sin embargo, que el tratamiento que recibe la naturaleza es solamente armónico y romántico, libre de toda problematización. De hecho, se presentan algunos cuentos y poemas que subrayan la complementariedad entre el ser humano y el espacio natural (“Me dejaron esta lluvia/ de hojas/ de trocha/ y guerras. / Me dejaron esta casa/para cuidarla y amarla”, p. 86), y otros que inciden en la conflictividad intrínseca de esa relación. Un ejemplo de este último caso puede hallarse en “Capítulo IX”, de Jaime Vásquez Izquierdo, donde una boa gigantesca ataca y perturba el orden de la comunidad, y aterroriza hasta a los más valerosos soldados que entrenan por los alrededores. En clave fantástica (o mítica, más precisamente), se figura una rebelión de la fauna amazónica que no duda en expresar su poderío sobre los hombres. Así, ente el vínculo afectivo y la tensión latente, se esboza una representación heterogénea de la región Selva.
Por otra parte, uno de los elementos que predomina en cada uno de los textos antologados es la oralidad: vocablos en lenguas amazónicas, giros coloquiales, diálogos constantes, entre otros, configuran un universo cultural que posiciona al habla cotidiana como factor decisivo de la creación literaria. Incluso por momentos, como lo demuestra el cuento de Róger Rumrrill, la misma estructura del relato asume la forma de una charla: “¡Qué historias se tejían sobre Cayapo en nuestro pueblo! Buenas y malas lenguas se ocupaban siempre de él. Unos decían que Cayapo era un shamán que se transformaba en bufeo colorado […]” (p. 35). De ahí que, por lo general, las voces que narran siempre forman parte de la historia a la que refieren: existe, en efecto, una necesidad por contar situaciones desde la experiencia personal para enseñar a la colectividad. Cabe preguntarse entonces, ¿a qué se debe este carácter casi testimonial? Creo que la respuesta se relaciona estrechamente con la preservación de la memoria amazónica. No en vano se observa en los cuentos recopilados que quienes desempeñan el rol de transmitir hechos y anécdotas son las personas mayores, únicos depositarios de la historia de un lugar en donde la escritura no es ciertamente parte original de su cultura. De ese modo, palabra y memoria se unen para establecer lazos duraderos entre los miembros de una comunidad.
Y precisamente sobre la memoria, merece menciones especiales los poemas “1900 de años sangrientos”, de César Arias Ochoa, y “Para hablar del río Amazonas”, de Carlos Ramírez. En el primero, la naturaleza denuncia la violencia que se desató durante la ‘fiebre del caucho’, una de las épocas más nefastas en la historia de la Amazonía por el abuso y explotación que se ejerció sobre las poblaciones nativas: “¡guerra! / ¡bubinzanas degolladas! / ¡canto de piratas! / caminaron por las trochas del Yavarí y desangrando el Putumayo en la Chorrera / se fueron con la sonrisa […] / y caminaron por los muertos de la Amazonía toda” (p. 84). Es una voz que exterioriza el dolor a través del recuento histórico, y pone de manifiesto la necesidad de seguir recordando. Por esta razón insiste, con un registro franco y desgarrador, en la vigilia permanente: “Desde ahí no he dormido nuevamente, / porque vinieron y vendrán tantos para izar banderas sobre los muertos” (p. 89). En la misma línea, el poema de Carlos Reyes pretende hablar del río, no solo como una creación majestuosa del universo (una visión celebratoria de la naturaleza), sino también como testigo de hechos atroces: “Ese río tiene borrones en la memoria, pero no olvida los genocidios por la trémula leche del árbol” (p. 102). En una región cada vez más modernizada, estos versos —publicados inicialmente en el año 2011— cumplen la función de invitar a la reflexión crítica sobre el pasado y, simultáneamente, a reconsiderar la situación de nuestro presente.
En conclusión, los textos aquí reunidos contribuyen a comprender un poco más la complejidad de la cultura amazónica. Es verdad que cada cierto tiempo se ejecutan políticas públicas para lograr la tan ansiada descentralización, pero también lo es que aún perduran estereotipos, imágenes arbitrarias y mucha desinformación en el imaginario colectivo. La literatura (y el arte en general) interviene en nuestra sensibilidad para modificar nuestros sentidos comunes y demostrarnos que la Selva es más de lo que se piensa sobre ella. Quizá sea Armando Ayarza quien mejor lo expresa: “Pero no nos exterminaron / resistimos / y aquí estamos / y hemos estado, / y estaremos desde siempre; / pero no nos sienten, / nos están mirando, / pero no nos miran, / siguen tuertos, / como siempre” (p. 88).
Allí donde canta el viento: antología de la literatura amazónica forma parte de nuestra Colección de Publicaciones de la Casa de la Literatura y se encuentra disponible en la Biblioteca Mario Vargas Llosa. Pueden consultar el libro gratuitamente de martes a domingo de 10:00 a. m. a 7:00 p. m.