El 15 de noviembre de 2012, la Casa de la Literatura realizó un homenaje al poeta Marco Antonio Corcuera (Contumazá, 1917 – Trujillo, 2009). A continuación reproducimos las palabras que nesa oportunidad ofreció Paúl Corcuera García, miembro de la fundación Marco Antonio Corcuera e hijo del poeta.
“En nombre de la Fundación Marco Antonio Corcuera, agradezco a los directivos de la Casa de la Literatura Peruana por la feliz oportunidad de presentar la obra literaria de nuestro padre, como parte de sus homenajes descentralizados a escritores regionales.
Los destacados poetas Marco Martos y Jorge Díaz han tenido la delicadeza de aceptar la invitación para hablar de la obra poética de Marco Antonio Corcuera, por lo cual les agradecemos, sabiendo el aprecio personal que tenían hacia el poeta.
Marco Antonio Corcuera fue una persona que vivió con verdadera pasión su amor por la poesía y se entregó a ella con toda su capacidad y sensibilidad, y en ese proceso de entrega toda la familia –Celia, su esposa y los hijos– nos vimos envueltos.
Tenía un gran cariño por su tierra natal, Contumazá, y es allí donde vio florecer esa sensibilidad propia del artista, respirando el aire puro de la sierra, compartiendo amistades sinceras, caminando por aquellas calles empinadas y coloridas, descansando bajo la sombra del pino soñador, bebiendo del agua fresca del Quique, aspirando el aire de familia en Cachil y El Salario junto al fuego de la hoguera. Así, aprendió a admirar la belleza del campo, el valor de lo ordinario, de la planta menuda, de una caída de agua, del silencio de las palabras, que han sido una constante en su obra poética. Lo que le atraía era lo cotidiano, aquello que para otros podía pasar desapercibido o incluso menospreciado, él supo rescatarlo para darle un sentido de eternidad. Así, su andar lo fue acercando a Dios por el camino que sólo con sandalias se transita.
Cómo recordamos la dedicación con la que preparaba cada publicación de los Cuadernos Trimestrales de Poesía, revista pionera que fundara con otros poetas de Trujillo, y cómo toda la familia se veía envuelto en la tarea de preparar los grupos de envíos para destinatarios de todas partes del mundo, con quienes mantenía una gran relación epistolar.
Tuvo que luchar mucho por la falta de recursos. Muchas voces le decían que era un esfuerzo inútil por la falta de recursos para iniciativas de ese tipo. No les faltó razón en cierta medida, pero su voluntad fue más fuerte y supo rodearse de personas que le ayudaron a sobrepasar las dificultades con mucha generosidad, a los que siempre les guardó especial gratitud. Pero lo más importante, los ayudó tanto a crecer como personas, como poetas, a conocer a personalidades de talla internacional, a descubrir la belleza de la vida a través de la palabra, que fueron pagados con creces.
El Concurso El Poeta Joven del Perú, sin duda, fue un hito importante en su vida. Realmente estaba convencido del gran potencial de los poetas jóvenes y cómo este concurso podía servir como un punto de partida de una labor muy fructífera para las letras peruanas.
Recordamos cuando nos hablaba de la emoción que sintió el año 1960, cuando en la primera convocatoria entregó el premio a poetas de la talla de Javier Heraud y César Calvo y conservábamos en la biblioteca de la casa una foto con los poetas de aquella primera convocatoria, que siempre miraba con cariño.
Desde entonces, no nos extrañaba que muchos escritores pasaran por la casa en largas tertulias en las que declamaban, hablaban de poesía, compartían recuerdos, etc. y nosotros los hijos menores veíamos extasiados como si se tratase de un mundo paralelo a la realidad, en la cual el reloj del tiempo se detenía. Qué tiempos aquellos en los que se palpaba, podría decirse, la poesía en sentido puro, sin estar contaminada por ningún otro interés que no fuera la amistad y el amor por el verbo y la palabra.
Como bien saben, mi padre estuvo al frente del Instituto Regional de Cultura –antes Instituto Nacional de Cultura y Casa de la Cultura– y le permitió ofrecer una vida de servicio, contribuyendo a espolear las inteligencias, a despertar fuerzas y capacidades que dormitan en beneficio de Trujillo y del país. Cómo recordamos cuando sacó adelante la Orquesta Sinfónica, la Escuela de Ballet, la Escuela de Bellas Artes, las presentaciones de Teatro, la conservación de nuestras casonas y los restos arqueológicos; es decir, tuvo un especial interés por cuidar nuestra propia historia, de la cual debemos estar siempre agradecidos.
Con el grupo de intelectuales trujillanos con los cuales compartió tantos años de trabajo conjunto crearon el Instituto de Estudios Vallejianos, en la Universidad Nacional de Trujillo. Qué grato fue el trabajo para sacar adelante esta iniciativa para relanzar la figura del gran poeta del hombre, nacido en Santiago de Chuco.
Por todo, un momento particularmente especial para nosotros fue cuando el Estado Peruano reconoció públicamente la intensa labor de mi padre, en el desarrollo de la cultura desde Trujillo hacia todo el Perú y más allá de sus fronteras y lo condecoró con la Orden al Mérito por Servicios Distinguidos, en el Grado de Comendador.
La vida y la poesía de Marco Antonio Corcuera tienen, como ven, un nivel de correlación muy alto. Si no son lo mismo, se superponen bastante. Y ha sido una vida fascinante que ha dejado huella y la ceremonia de hoy es una muestra. Su vida, parafraseando a Dumas, ha sido fascinante porque aprendió a mirarla con los anteojos correctos.
Sus últimos años de vida fueron particularmente difíciles por una larga enfermedad que lo mantuvo silenciado en el hablar pero no en el pensar y menos en el querer. Tenía muy claras aquellas palabras de Kierkegaard, “la vida sólo puede ser comprendida mirando para atrás, más sólo puede ser vivida mirando para adelante”. Por ello enfrentó la enfermedad con un gran sentido humano y sobrenatural, dando ejemplo de cómo vivir cada momento. En cierta manera seguía el sabio consejo que daba Frankl “si no está en tus manos cambiar una situación que te produce dolor, siempre podrás escoger la actitud con la que afrontes este sufrimiento”. Y en este camino tampoco ha estado solo. Mi madre y sus hijos hemos estado cerca y hemos agradecido cada momento que Dios dispuso que pueda estar entre nosotros.
Tuvo ocasión de hacer un repaso total de su vida y seguramente tendría en la cabeza el recuerdo de tantas personas que fueron generosas con él, cumpliendo con aquel consejo que daba Sócrates, una vida sin examen, no merece la pena ser vivida.
En conclusión, creo que puso por obra lo que sugería Teresa de Calcuta, quien conocía a fondo la realidad humana: la persona que no vive para servir, no sirve para vivir.”