La Casa de la Literatura Peruana está presentando un homenaje al escritor arequipeño César “Atahualpa” Rodríguez. La muestra, que estará abierta al público hasta el 5 de junio, fue inaugurada el 4 de marzo, con la presencia del Presidente de la República, Dr. Alan García Pérez; la directora de la Casa de la Literatura, Dra. Karen Calderón Montoya; el Dr. Manuel Pantigoso; la Sra. Nytha Pérez de García; y Bertha Rodríguez de Emanuel, hija del poeta.
En esta emotiva ceremonia, la hija del poeta dirigió unas palabras al público y luego invitó a su nieta, Helena Emanuel Rodríguez, a leer un discurso que ella había preparado.
A continuación reproducimos las conmovedoras palabras de Bertha Rodríguez de Emanuel, hija del gran César “Atahualpa” Rodríguez:
«Señor Presidente de la República, Dr. Alan García Pérez; Señorita Directora de la Casa de la Literatura Peruana, Karen Calderón Montoya; Distinguida dama, Sra. Nytha Pérez de García, madre de nuestro Presidente; respetable público.
Soy la hija única del poeta y escritor arequipeño César Augusto Rodríguez Olcay, más conocido como César “Atahualpa” Rodríguez debido al doble bautizo que le hiciera su amigo el poeta Percy Gibson, al decirle que no debería llamarse con el nombre del emperador romano, sino, con el de un emperador inca.
Es para mí un honor estar presente esta noche memorable en que gracias a la iniciativa del supremo gobierno, se está rindiendo un homenaje a la persona de mi padre. Mi presencia aquí se debe a que he venido desde Arequipa, la tierra de mis mayores, a presentar mi ofrenda de gratitud y reconocimiento a la gran sensibilidad de todas las personas que han hecho posible este reconocimiento.
No quisiera que el espíritu de mi padre se encuentre ausente en esta ceremonia, y yo lo he traído del más allá a través de sus propias palabras conceptuales acerca de la poesía. Debido a que he sido recientemente operada de los ojos es que no podé leerlas, por ello las oiréis en los labios de mi hija a quien le he pedido que las transmita con la misma emoción y amor con que yo las hubiera dicho.
Voy a permitirme hacer mención de algunos conceptos que él tenía sobre la poesía y que los manifestó en diversas circunstancias:
- El verso es la expresión culminante de un espíritu que llega a la plenitud de los conocimientos humanos y que los devuelve en forma melodiosa e inmaterializable para que las multitudes se levanten con ansiedad de cielo y esperanza de la eternidad.
- Para que el pensador o poeta lo primero que hay es el ente moral. Sin ello no se alcanza nunca la jerarquía apetecida ni se consigue un puesto destacado en el aprecio de las colectividades y la obra, por bien escrita que estuviera, será siempre nociva. Circulan en el mundo gran número de volúmenes escritos en verso, sin que se pueda obtener de ellos una sola gota de poesía.
- La poesía, tal como la concibo, y tal como la pretendo realizar, no es un juego simple de palabras que puede estar al alcance de cualquier hombre ingenioso, es una lenta capacitación de la sensibilidad para expresar cosas suprasensibles que nunca han existido y que comienzan a existir cuando el poeta, usando la frase de Cristo al paralítico, le dice “Surge et ambulla”.
- A los que piensan que el verso métrico ha desaparecido ya de la poesía porque el hombre “nuevo” así lo ha resuelto, T.S. Eliot, uno de los grandes líderes de la poesía contemporánea, les ha dicho: “No existe el verso libre… No se puede evadir el metro, tan sólo es posible dominarlo”.
- A los sensibleros y no sensibleros les responde la vida: el hombre que siente lo que vive y puede transformar eso que vive en poesía, déjenlo que lo haga con los materiales que más le convenga a su propósito. Si es Goethe, empleará alternativamente los elementos clásicos y románticos que tuvo a la mano; y si es Rike, se desempeñará como existencialista. En ambos casos tendremos dos grandes poetas que duraran todo el tiempo que dure la tierra.
- Para mí, vivir no es estar en cualquier parte, y cumplir con el ciclo de la existencia es más bien peregrinar hacia las fuentes de la sabiduría y embeberse de las linfas profundas en provecho propio y de los demás hombres.
- Mi poesía no tiene mejor lector que yo mismo, puesto que ella es mi propia vida. Lo que sale del escritor al público, se desnaturaliza al pasar de una persona a otra, perdiendo en el tránsito la verdadera sustancia.
Al preguntarle yo cierto día: “¿Padre, por qué no publicas tus versos? Me respondió: “Porque yo no vendo a mis hijos”. Tampoco recurrió jamás a dicha publicación para obtener algún provecho económico. Y ni siquiera la voz de la crítica que siempre le fue consagratoria, pudo estimularlo para lograr a través de ella algún acomodo.
Dijo en cierta ocasión: “Mi obra poética, no es el producto de una falsa tendencia a convertirme en un personaje literario. Ella nació de la esencia misma de mi sensibilidad torturada. Como vine al mundo muy poco capacitado para ser un hombre de presa adopté en él la actitud menos agresiva. Convencido de mi insignificancia, procuro esconder mi labor y fastidiar lo menos posible con la publicación de mis poemas. Jamás he intentado ser un poeta famoso. La mayor parte de mi obra vive sepulta en los cajones de mi escritorio. Tengo tan alto concepto de la poesía, y me siento tan pequeño frente a la potencia sobrehumana, que estoy ruborizado ante vosotros de que me creáis siquiera un pasable versificador. Sin embargo, intimido por ese concepto, he tratado de hacer los esfuerzos más grandes para respaldar en alguna forma el atrevido intento de arte que vengo realizando. Para ello me quemo a diario las pestañas con el fin de conseguir una modesta cultura y poder atisbar así en las profundidades de mi alma lo que pudiera servir de material de construcción en ese edificio de palabras inútiles que he ido levantando con amoroso desvelo a través de mi vida; y que, ¡quién sabe!, sin acabarlo, ya esté para caerse”.
De acuerdo con su sentir los 5 libros publicados fueron obra de sus amigos y de las entidades que lo admiraban.
Con esta muestra, el pensamiento paterno será apreciado por los presentes y las nuevas generaciones, para quienes el nombre de César A. Rodríguez sería el de un ilustre desconocido. Y aunque esas generaciones hayan dado a la poesía un sentido y formas diferentes, no es menos cierto que la belleza nunca pierde vigencia cuando se manifiesta con sinceridad y con la alcurnia suficiente que le permite desafiar a las sucesivas modas, que son pasajeras, para permanecer en el recuerdo y el reconocimiento de los hombres de todos los tiempos.
A este respecto, mi padre decía: “Por felicidad existe sobre la tierra la muerte y la vida: la muerte que elimina lo inservible, aquello que no tiene razón de ser; y la vida, que procrea la juventud como un signo inequívoco de inmortalidad. Los estilos literarios y poéticos, están expuestos, como todo lo que vive, a envejecerse y a rejuvenecer; permitiéndosele en su rejuvenecimiento continuar su ciclo de vida a través de una constante impulsiva selectiva. También existe el metabolismo psíquico que restaura las experiencias aniquiladas y estimula la fuerza creadora, empujando la obra humana hacia adelante, hacia la perduración”.
En una encuesta promovida por el diario “El Pueblo”, cuando le preguntaron: ¿Cuál cree Ud. que es el deber del intelectual de esta época?, respondió: “Hacer Perú. Contribuir con el pensamiento y con la vida a que nuestro pueblo vuelva a sentirse acompañado por una fuerza directora. Ponerse a la cabeza de los sucesos. Contemplar desde la altura lo que ha de venir, para abrir el cauce. Manejar la brújula cardíaca del pueblo, indicándole el rumbo. Despojarse de las vestiduras ornamentales de la retórica, para que la idea se exprese en el lenguaje de todos. Socialmente considerada, mayor importancia tiene una expresión de fácil acceso, que aquella que sólo causa asombro en las élites. Vincularse con el alma popular para recoger sus latidos y expresarlos en forma coherente. Buscar al pueblo, no para hacerse admirar por él, sino para comprenderlo y ayudarlo. Emanar simpatía con el pensamiento, a fin de que la energía mental no provoque rechazos ni se obstruya en los vericuetos de la intriga. Ser fuerte de cuerpo y de alma para no caer en la repugnancia social y para que la actitud no sea sospechosa y tenga la expresión de la propia fortaleza. Sentir la voluptuosidad del sacrificio sin que lo arrenden las amarguras que se cosechan, pensando. No hay parto más laborioso ni hijos más censurados que los que nacen del cerebro. Pero, como padre de esos hijos, el escritor al procrearlos, debe saberles infundir el decoro y la arrogancia de seres inmortales. Tener presente que el intelecto ni nada sobre la tierra se produce por generación espontánea. Que para procrear hay que poseer elementos de fecundación y autofecundarse, estudiando. Que la cultura llega muy despacio y que el tiempo vuela. Repetirse como Hipócrates: “HO BIOS BRAKUES; HEDE TEKNE MAKRE” (El arte es largo, la vida breve) y, de todas maneras, si la voz del pueblo es la voz de Dios, que el escritor sea siempre la voz del pueblo”.
Además de los anteriores conceptos que definen la personalidad intelectual del autor cuya exposición se está presentando, creo que debe considerarse otro aspecto de él no menos importante: su profundo amor por Arequipa.
En una de las tantas veces en que lo puso de manifiesto, declaró: “Del humus de la tierra arequipeña se ha sustentado mi cuerpo y mi alma. Arequipa me enseñó a ser sobrio y a despierta la mente y la sensibilidad. De esta santa matriz me viene el anhelo de pensar y sentir. Su historia está hecha de pasiones tremendas y de zumo de yaraví que se me ha subido a la sangre, allá adentro me coacciona sustancias mentales y hace sobrenadar las fosforescencias de mis versos. Todo lo que vale en mi obra literaria a ella se lo debo. Yo soy más que un antagónico canal por donde Arequipa se desborda. Tanto es así que mis cantos en elogio de su grandeza tienen la musculatura de sus volcanes y el arrobo de sus crepúsculos fastuosos; tienen el aturdimiento de sus gestas cívicas y el son tremulante de sus campanarios; tienen también el oxígeno verde de sus chacras salutíferas. En ninguno de mis versos falta la sustancia arequipeña y no puede faltarles porque yo he crecido sobre el suelo igual que un sauce bien enraizado y amorosamente concebido”.
Y es que él consideraba que en la poesía no basta la expresión del yo profundo del poeta, sino las características de la colectividad con quien se convive, de las que resulta expresado.
Son sus palabras: “Se podría creer que nada agrega a la poesía el que se cante como arequipeño o como neerlandés. Solemne disparate. Ser de alguna parte, es distinguirse de los demás habitantes de la tierra; es tener un idioma, una tradición, unas costumbres, una fisionomía y una manera de ser característica. Es llevar sobre la piel y sobre el alma, como una impronta el sello de la raza que pertenece, el medio físico y espiritual en donde se germina y la manera típica de comportárnos al afrontar diversas circunstancias de la vida. Si traicionamos esos principios, nos convertiremos en marionetas manejadas por impulsos ajenos en escritores de ínfima categoría, repetidores de lo que hacen, con el automatismo de los papagayos”.
“Todo verdadero escritor, se llame prosador o poeta, si quiere ver que su obra alcance nombradía universal y tenga la duración de lo que es útil y necesario, no debe perder jamás su autonomía, afirmando este imperativo racial con el estudio profundo de todos los conocimientos humanos posibles, como en el caso de Rubén Darío o como en el caso más típico aún del maravilloso poeta Juan Wolfgang Goethe, que es también un sabio, porque poesía y sabiduría, son la misma cosa”.
Muchas gracias, Sr. Presidente, en nombre mío, el de mi familia y desde luego en nombre de mi abuelo. Muchas gracias».