Estos días de necesario aislamiento social significan también una oportunidad para leer libros que presenten un mayor reto a los lectores. Es un buen momento para recordar un clásico de la narrativa latinoamericana: Rayuela (1963), del gran Julio Cortázar.
Por Antonio Chumbile, Biblioteca Mario Vargas Llosa
Desde su aparición en 1963, Rayuela continúa siendo un atractivo y lúdico desafío de parte de Julio Cortázar hacia los lectores más osados. Alguna vez descrita como una «contranovela» por su autor, Rayuela ha pasado por varias generaciones ganando admiradores y detractores por igual, manteniendo siempre una particularidad que no muchos libros han conseguido: ser un mito. Y vaya de qué manera. Sus personajes fueron imitados en otros libros y en la vida real. Sus diálogos y referencias intelectuales inspiraron la edición de un disco, varios playlist y hasta de un diccionario. Varios de sus capítulos continúan siendo viralizados por internet. Qué duda cabe: además de un hito de la narrativa hispanoamericana también se trata de uno de los más grandes fetiches literarios de nuestra lengua.
Rayuela está compuesta por 155 capítulos o fragmentos que se pueden leer y combinar a nuestro antojo. Como muchos saben, al inicio de la novela, Julio Cortázar ofrece dos caminos para leerla: del modo tradicional desde el capítulo 1 hasta el 56 o siguiendo una tabla que lleva al lector a ir saltando y alternando los capítulos del 1 al 155 (incluyendo los capítulos “prescindibles” que empiezan a partir del 56). Posteriormente, en el libro 62 / Modelo para armar (1968), el narrador argentino ofrece claves y ejemplos para disfrutar la novela en el orden que desee el lector. De esta manera, el libro invita –y al mismo tiempo construye- la participación activa de un lector «cómplice». Es decir, un lector comprometido con el desarrollo de la estructura y la idea de juego y libertad que la novela exhala en cada página.
Resulta algo contraproducente intentar “resumir” la historia narrada en Rayuela. Si bien existe una trama, sus escenas están más abocadas a explorar ideas y sensaciones en torno a propia literatura y a la mente de sus protagonistas, especialmente de Horacio Oliveira y Lucía La Maga. Ambos forman parte del Club de la Serpiente, un grupo de intelectuales y artistas que suele reunirse en Paris para conversar, debatir y escuchar a los más selectos intérpretes de jazz. Este grupo se verá afectado por una serie de hechos conflictivos que harán que Horacio Oliveira retorne a su natal Buenos Aires donde no podrá desprenderse de la imagen de La Maga a pesar de que ya no quede casi nada del Club parisino. Sus conflictos sobre qué es y dónde está la realidad lo llevarán a varias situaciones extremas. Por supuesto, Rayuela trasciende esta trama pues su magia también se la puede encontrar –o, más precisamente, experimentar- en gran cantidad de juegos, digresiones y artefactos literarios que Cortázar disemina en toda la novela. Esto nos empuja a sumergirnos en distintas evocaciones que pueden ser poéticas, filosóficas, humorísticas, metaliterarias y algunas tan emotivas que hasta han recibido el calificativo de “cursis”. Ésta amplia variedad es uno de los motivos por el cual libro genera tantas reacciones encontradas. Y entre estas reacciones también se cuentan varias lúdicas e inusuales. No es casualidad, por ejemplo, que Rayuela haya motivado el año pasado, en la 16° cumbre de la Asociación de las Academias de la Lengua Española, que casi 150 personas hayan compartido sus fragmentos favoritos en un evento abierto al público. Estas personas variaban entre académicos, artistas y público en general. Quizá ésta es una prueba de que Rayuela además de desafiante también puede ser muy versátil.
Para corresponder con el carácter lúdico y libertario de la novela, quizá una buena opción para el lector sea aplicar sus propias “cábalas” para elegir el primer capítulo a leer. Personalmente, confieso que inicié por el capítulo 41, el primero que escribió Cortázar aun antes de saber que haría Rayuela. Luego utilicé la tabla propuesta por el autor alternándola con la lectura tradicional. Así me resultó una lectura siempre sorpresiva y, por varios momentos, adictiva.
Finalmente, podemos señalar que las mejores descripciones de Rayuela se pueden encontrar en ella misma: desde la gran cantidad de apuntes literarios atribuidos al personaje-escritor de la novela (Morelli) hasta las propias divagaciones de Oliveira y el narrador. En una de éstas (cap. 84) se describe al ser humano como una ameba cuyos seudópodos (especie de tentáculos microscópicos que sirven para desplazarse y alimentarse) le sirve para atrapar distintas experiencias de la realidad. El genio, como Goethe, es el que logra extender sus seudópodos al máximo y a todas direcciones. Es decir, explaya su espíritu al máximo de experiencias. Creo que lo mismo podría decirse de Rayuela. Es una novela que apunta a múltiples direcciones y a múltiples lectores. Solo es cuestión de que nos dejemos atrapar.