Los días 8 y 9 de agosto se llevará a cabo el Congreso Solitarios son los actos del poeta: homenaje a Luis Hernández en el auditorio principal de la Casa de la Literatura Peruana. Por tal motivo, la Biblioteca Mario Vargas Llosa destaca como publicación de la semana Las islas aladas, libro que reúne los tres únicos poemarios que publicó Luis Hernández.
Por Ronald Callapiña, Biblioteca Mario Vargas Llosa
Las islas aladas (2015) recopila en su integridad los tres poemarios de Luis Hernández —poeta de la generación del 60— publicados en vida. Estos son: Orilla (1961), Charlie Melnik (1962) y Las constelaciones (1965). Cuenta, además, con un prólogo del poeta Roger Santiváñez. En este libro podemos descubrir la producción literaria del poeta antes de sus conocidos cuadernos ológrafos, aquellos que regalaba a sus familiares y amigos, o dejaba al azar en diferentes calles de Lima. Antes de los plumones de colores y los dibujos, que eran su misma caligrafía, hubo un Lucho Hernández que participó en la aventura editorial, en la que tuvo el acogimiento de entrañables editoriales como La Rama Florida de Sologuren y la serie Cuadernos Trimestrales de Poesía, revista trujillana editada por Marco Antonio Corcuera. De este modo, Las islas aladas puede ser leído como la génesis poética de Luis Hernández, la base de lo que más adelante se constituirá como su estilo propio: una coloquialidad poética.
Leer los tres poemarios en orden de publicación y luego compararlos con su producción ológrafa nos permite notar los cambios que sufre la poética de Luis Hernández, además de notar las recurrencias temáticas (el mar y el canto poético, por ejemplo). Otro dato a considerar es que con esta lectura se puede indagar en la razón de por qué el poeta dejó de publicar. Solo fueron cinco años en los que formó parte del círculo editorial (1961-1965), luego pasaría el resto de su vida escribiendo sus poemas a mano (1965-1977). En una entrevista para el diario Correo (1975), el poeta confiesa al entrevistador Álex Zisman que reniega de sus tres poemarios publicados, mientras que aquellos que publica inéditamente le encantan: “Las constelaciones tampoco me gusta. Voces íntimas me encanta. Al borde de la mar es precioso”. Y es, pues, evidente el cambio significativo del estilo de Luis Hernández: “Reposando en el cuenco de la luna / Y con los ojos tan lejos / Que se diría / Hierba de los lagos; / Y sobre ti, nieve dulce que los años pacen.” (Constelaciones) frente a “La misma soledad del Desierto lo salvará de ser solitario / Su misma arena Azul lo librará de ser el mar / gracias Desierto”.
Aun con los comentarios negativos de parte de Luis Hernández hacia sus primeros poemarios, es innegable que podemos encontrar poemas muy valiosos, ya sea por su intensa profundización de la voz poética hacia instancias del ser que hacen resonar al exterior del mismo: “He cubierto en el mar / el vacío / entre estrella y estrella / creyéndolas mías; mas la noche muere / y estoy tan solo / como antes”, como también por su musicalidad y puntillosa estructura que tanto destaca Roger Santiváñez: “El dominio del ritmo, que ya tiene su marca intransferible, evolucionará en una música verbal que ya está aquí codificada en la maestría del endecasílabo castellano: ‘¡Solo el hondo sentido / del estío!’”. Será también en estos poemarios, sobre todo en Constelaciones, que podemos encontrar los primeros poemas coloquiales del poeta: “Ezra: / Sé que si llegaras a mi barrio / los muchachos dirían en la esquina: / qué tal viejo, che’ su madre” e incluso una forma muy novedosa de describir la ciudad y el Perú: “Mi país es letreros de cine: gladiadores, / las farmacias de turno y tonsurados, / un vestirse los Sábados de fiesta / y familias decentes, con un hijo naval”.
Luis Hernández, como ya dijimos, tuvo cambios sustanciales en su estilo, pero también es cierto que conservó temas recurrentes que definirán su yo poético —algunos de ellos seguirán en sus cuadernos ológrafos. Entre estas recurrencias tenemos a la intensa profundización de un yo poético que se encuentra casi siempre observando desde zonas limítrofes o de frontera; esto lo observamos sobre todo en Orilla: “El agua sube ya, / cubriendo / los días / y las horas; / de mí / ya solo queda / el mar claro y naciente, / de mí / ya solo queda / el mar, triste, apagado”. Como se puede ver, la ubicación fronteriza de la voz poética permite valorizar dos frentes que muchas veces, como en esta cita, son contradictorias. En la segunda parte de Orilla, titulado “Mar”, la frontera es identificada con la orilla que une mar y tierra; y es descrita de una manera positiva y reconfortante: “Las franjas suaves del agua / se pierden en la orilla. / —Es posible vivir; / está húmedo el aire / y reseca la arena… / —El viento trae gotas / fugaces y salinas”. Por otro lado, en este mismo poemario puede percibirse que la valorización del yo poético es muy maleable; y si en un momento el mar es sinónimo de amor y calma, en otro significa una presencia negativa que roe al ser: “El agua sube ya, / cubriendo / los días / y las horas; / de mí / ya solo queda / el mar claro y naciente, / de mí / ya solo queda / el mar, triste, apagado”.
En Charlie Melnik también encontramos el tema del mar y del estado fronterizo del yo poético, pero ambas se encuentran vinculadas a un acercamiento más fraternal hacia otra persona: Charlie Melnik. Este personaje tendrá un protagonismo por su ausencia y por la extraña sensación de olvido de su canto: “Como es lo mismo todo: / tu muerte bajo los bosques / perdida o recreada. / De qué alta raíz, / qué ríos, / brotó el olvido llamado / de tus cantos”. Al igual que en Orilla, la voz poética se encuentra en una zona fronteriza donde por momentos aparece una esperanza de la supervivencia del canto frente a la desaparición corporal de Charlie: “Como cuando vivías / cantarás. / Aunque no vuelvas.”, y luego la desesperanza y la incredulidad se hacen presente: “Qué pena recoge, entonces, / la muda floración / de mi amargura. / Ahora que no vuelves /ni el ave, ni los rastros / cuando el alba”. Fuera de las teorías de la identidad real de Charlie (se postula que podría ser Heraud), este poemario es un canto a la amistad entrañable, tanto así que el poeta cede su voz para representar el canto del amigo ausente: “Puedo llegar al mar / con la sola alegría / de mis cantos”.
Un poemario más dinámico y heterogéneo es Constelaciones. Aquí podemos percibir ya ese coloquialismo e intimismo que aparece en los cuadernos ológrafos de Luis Hernández: “Galileo: / Deberías poseer a Gloria Swanson / en un set de palmeras. / Galileo: / el ario errante, Federico, / te persigue / y no sabe ni boliche de los astros. / Galileo: / En Japetus construyeron / una pira de lirios para ti”. Por otro lado, la profundización del yo poético se identifica con la naturaleza, haciéndose más intensa, y da como resultado un lenguaje metafórico: “¡Un río, Melodía, dios, un río! / El espacio en el cauce de lo alado, sordo monstruo tallado por estío / entre triste frescor / oh, ignorado, tan eterno tu Otoño en la caída!”. En este poemario encontramos, además, el recurso de la prosa poética y hasta microcuentos: “Difícil bajo la noche” o “Sagitario”, por ejemplo. El prosaísmo de Luis Hernández no aleja al poeta de su interés por los temas poéticos, todo lo contrario: lo explota de una manera más lineal y casi ensayística: “Una melodía inimitable lo colmó, y no fue más la luna presagio de desdichas. Los altos muro de granados, los densos muros lo acogieron en sus sombras”.
Este libro, que reúne la obra publicada de Luis Hernández, nos permite sumergirnos más a su mundo poético. No basta conocer sus coloridos cuadernos; es necesario leer la génesis literaria del poeta. De esta manera podremos comprender mejor su actividad y estilo literarios.
Las islas aladas de Luis Hernández pertenece a la Colección Literatura Peruana y lo pueden encontrar en la Biblioteca Mario Vargas Llosa de la Casa de la Literatura Peruana. La atención es de martes de domingo de 10:00 a. m. a 7:00 p. m. y es necesario solamente presentar el DNI.