Esta semana se cumplen ciento veinte años del nacimiento de Alberto Hidalgo (Arequipa, 1897 – Buenos Aires, 1967) poeta, narrador, ensayista y dramaturgo peruano. Con motivo de este aniversario, la Biblioteca Mario Vargas Llosa de la Casa de la Literatura Peruana reseña España no existe (1921), libro viperino del libelista más conocido de nuestra letras.
Por Manuel Barrós, Biblioteca Mario Vargas Llosa
El presente volumen reúne dos obras de polémica antiespañola publicados por Alberto Hidalgo en las primeras décadas del S. XX: una selección dedicada a autores españoles del libro Muertos, heridos y contusos (1920) y el texto completo de España no existe ([1921] 2007). La edición incluye una breve introducción y un apéndice con tres estudios de Carlos García: “Notas sobre España no existe”, “Alberto Hidalgo y Guillermo de Torre (1920-1933)” y “Ubicación de Hidalgo”. En ellos encontramos, reveladas, algunas de las relaciones más interesantes entre Hidalgo, su obra y las personalidades que participaron, de una u otra manera, en los textos aquí publicados. Con esos estudios profundizamos en distintos aspectos creativos e innovadores que caracterizaron la obra de Hidalgo. Entre otros temas, García aclara que la selección de autores de la antología Índice de la nueva poesía americana (1926) —que tuvo la participación de Borges y Huidobro— fue solo de Hidalgo; que el ‘simplismo’ no fue un ismo propiamente, sino la expresión de la insólita actitud teorizadora de Hidalgo de su propio horizonte poético; que la ‘simpática sinceridad’ de Hidalgo le ganó tantos enemigos como lectores poco interesados en su creación literaria. De ahí que hasta la fecha no hay señales de que se vayan a publicar sus obras completas.
En la primera parte encontramos a los personajes españoles a los que Alberto Hidalgo dedicó capítulos de su libro Muertos, heridos y contusos (1920). En estos pasajes, vemos desfilar a algunos de los poetas, escritores y creadores más ‘representativos’ del mundo literario español que Hidalgo cuestiona y vilipendia con insólitos comentarios. Entre otros, figuran Ramón Gómez de la Serna, Ramón del Valle-Inclán, Eduardo Marquina, Rafael Cansinos Assens y Juan Ramón Jiménez. Como en muchos de sus escritos, Hidalgo se presenta displicente y agresivo a través de chismes, rumores, anécdotas y algunos juicios literarios que pueblan sus comentarios. Tomemos, como ejemplo, la anécdota de Juan Ramón Jiménez, quien ya había publicado dos de sus grandes poemarios —Diario de un poeta recién casado (1917) y Piedra y cielo (1919)—, pero que seguía siendo enamoradizo e inocentón. La ingenuidad nunca fue perdonada por Hidalgo. Por eso, se burla de que se creyera la supuesta existencia de una admiradora limeña —Georgina Hübner —que le escribía misivas de amor y por quien Juan Ramón decía querer dejarlo todo para ir a Lima a conocerla. Ante este arrebato, ella se hace pasar por muerta y pide que le informen a Juan Ramón, quien solo atina a llorar en sus poemarios. El autor de la broma era José Gálvez, el poeta peruano. Hidalgo es tan irreverente que, incluso cuando elogia, insulta. A Ramón Gómez de la Serna le dice que su cuerpo no se condice con su inteligencia, que más parece “un corcho de champaña”. Lo respeta, lo admira —años después se pelearían— y por lo mismo no deja de tratarlo con la agresión a veces elegante, otras tantas sin sutileza alguna.
La segunda parte, la más importante de esta edición, es la conferencia España no existe (1921) que Hidalgo leyó en una peña de Madrid ante veinte amigos españoles. A partir de su estancia en España, Alberto Hidalgo escribe un endemoniado ensayo en cuyo introito dice no querer herir ni lastimar a nadie con sus palabras. Aunque ellas estén muy cercas del libelo, las escribe en el tono que considera necesario; es decir, con esa incansable violencia que Hidalgo segregaba. Así, lo que alguien tomaría por exabruptos, para el autor es el compendio de los aspectos fundamentales de su experiencia en un país que siempre anheló visitar. Pero rápidamente Hidalgo se percata de que llega desfasado al país que visita: el lugar que camina es muy distinto y distante del que le hubiera gustado conocer. Sin rezago alguno de lo que buscaba, no encuentra referentes para su visión idealizada de la cultura española: Cervantes, el Siglo de Oro, novelas de caballería, reyes y donjuanes, mujeres hermosas, poetas admirables ni ciudades únicas. De ahí que titule España no existe a su conferencia. En su mirada estrambótica, duda de todo; duda, incluso, si alguna vez la España de todos esos referentes, en verdad, existió. Frente a esa ausencia, Hidalgo se dedica a hablar no de la España que le hubiera gustado ver, sino la que ha encontrado.
Para Hidalgo, España es un país apócrifo de su cultura. Es un lugar sospechoso, inconsistente, carente de sentido. Para probar su visión, los temas que tratan son variados; ya no tan centrado en personajes, sino en costumbres, hábitos, aspectos de la vida social y cultural. En todos ellos el autor cree identificar los males que lastran a España: la arrogancia de los escritores, la ostentación de bienes, los toros y toreros, los anuncios y carteles, los logros supuestamente literarios, las actitudes de las mujeres, la vida de los ciegos, las frases populares, la importancia de la lectura para un país, el ultraísmo y las relaciones estéticas entre España y América Latina. A partir de estos temas el autor nos muestra cuán despreciable, jocoso e inaudito puede llegar a ser su estilo. Hidalgo escribe como quien se mea en la calle, como alguien que se pasea de esquina a esquina despreocupado con el veneno a flor de piel, dispuesto a achacar la miseria, la podredumbre —económica, sentimental, literaria— de los otros. Por otra parte, uno de los rasgos positivos a destacar es el acierto del autor al hablar en “La cultura media” de lo fundamental que es leer para la formación del sentido crítico en un país. Comentando los hábitos de lectura y perfiles editoriales del clima social de España, afirma: “Un país en el que no se lee, es un país perdido”. De igual manera, en su comentario sobre el ultraísmo afirma que América “ya empezó a conquistar España”, pues esta “plagia” en cuestiones geoestéticas varias ideas: por ejemplo, a Huidobro quien llevó el ultraísmo a España. Así, Hidalgo también reporta para nuestra región cómo se va subvirtiendo el papel de subordinados que históricamente hemos desempeñado.
Hidalgo escribe sobre una España, a sus ojos, infame e infante, un país que no tiene consciencia de su ascendía estética-literaria y, menos aún, de los riesgos de su devenir en manos de una generación de contemporáneos que no es capaz de preservar responsablemente dicha herencia. Aunque es posible que haya tenido parte de razón, sería injusto sentenciar que la España de los años veinte sea solo decadencia y miseria. Habría mucho por decir. Baste ahora con anotar que esa —su “triste certidumbre”— es la visión y, también, la ingenuidad de Alberto Hidalgo. La búsqueda de un ideal como el suyo, solo conduciría a la insatisfacción eterna, al error de la hipérbole a la exagerada impostación de lo poco que se llega a ver. Aun así, España no existe es más que un repertorio de agresiones ante un país: es un documento de la vida cultural española, de los intereses e ideas de Hidalgo, de las relaciones estéticas entre América Latina y Europa, de los distintos grados de alcance de las vanguardias. Volvamos a la obra de Hidalgo; volvamos, también, a España. Ambas diversas, trascendentes y contradictorias estarán siempre en entredicho para el Perú, para sí y consigo mismas.