Con motivo del mes de febrero, la Sala de Literatura Infantil Cota Carvallo seleccionó para sus actividades libros relacionados al amor en sus diversas formas. Esta semana recomendamos uno de nuestros libros del mes: La durmiente, un libro que desmitifica los cuentos de hadas y nos acerca a una idea más comunitaria del amor.
Por Rebeca Urbina, Sala de Literatura Infantil Cota Carvallo
Desde su título, La durmiente hace alusión a uno de los cuentos de hadas más representativos en nuestro imaginario: La bella durmiente; sin embargo, el hecho de suprimir el adjetivo “bella” en el título ya nos va anunciando que en este libro álbum de poesía el tema del sueño es mucho más relevante que el de la belleza de la protagonista.
El sueño, referido al acto de dormir, es un tópico recurrente de la literatura en general; si nos referimos específicamente al terreno infantil, aparece en varios cuentos clásicos, entre ellos La bella durmiente y Blancanieves, por ejemplo. En ambos relatos, el sueño es ocasionado por un hechizo proveniente de un hada o bruja que, sea por venganza o envidia, decide condenar a un largo, si no eterno, sueño a alguna indefensa princesa, quien no tiene otra opción que convertirse en pasiva víctima del designio que le espera. En el desenlace de las dos historias, un valiente y apuesto príncipe es el encargado de romper el hechizo y librar a la princesa del sueño y por consiguiente de la soledad, que implícitamente sería algo lamentable, ya que los finales hablan de príncipes y princesas que vivieron felices para siempre, nunca de una princesa que vivió feliz para siempre. Sin embargo, en La durmiente se establecen paralelos con las tradicionales princesas de los cuentos de hadas justamente para recalcar que esta princesa es distinta a aquellas. Desde el epígrafe escogido para dar inicio al libro, podemos vislumbrarlo: “Había una vez una princesa / a quien despertó, / no el beso de un príncipe, / sino una revolución” (José Antonio Martín).
La durmiente en un inicio parece camuflarse en la aparente simpleza de los cuentos de hadas y sus personajes arquetípicos, pero poco a poco nos va dando pistas y señas, tanto en el texto como en las ilustraciones, para hacernos notar que no nos enfrentamos a uno de esos cuentos clásicos. Una de las primeras pistas se da al mencionar quiénes aman a esta princesa, ya que fuera de los personajes comunes de un reino, sus padres (los reyes), los pajes, las amas de leche, las siervas de su madre, luego se menciona que también la amaban los campesinos, los artesanos, los mendigos, los hambreados y la gente del pueblo. Esta es la parte del pueblo que no suele mostrarse naturalmente en los cuentos, que no se enfoca en la foto de la realeza, o que se sobreentiende que existe, pero se pasa por alto. Los cuentos de hadas suelen mostrarnos un mundo lejano y ajeno, que María Teresa Andruetto reinventa y vuelve, acaso, más real en este desafiante y cuestionador libro, cargado además de imágenes poéticas y musicalidad.
Las princesas de los cuentos de hadas, al igual que algunas veces los niños, viven en una burbuja que los blinda y separa de la realidad que está afuera de las cuatro paredes del palacio, o de la casa. En el caso de esta princesa, que no es como las otras, el amor por esa porción invisible del pueblo la hace traspasar esa burbuja y pasar a ver qué había del otro lado. Creció escuchando las penas y necesidades de quienes trabajaban en el palacio y viendo desde la ventana el hambre de los de afuera. Hasta que un día sale del palacio y por lo tanto de su posición privilegiada, y ve que la vida también era eso: “una vieja muy vieja hurgando unos restos, / un niño perdido, una casa con hambre, / por almuerzo unas papas”.
En ese momento, el desconcierto y la impresión la llevan a una disyuntiva entre mirar lo que pasaba en el reino o cerrar los ojos, que son las mismas opciones que todos tenemos día a día frente a la realidad: verla o cerrar los ojos, aceptarla o negarla. Cuando nos encontramos con un hecho doloroso o chocante, tendemos a cogernos la cabeza, cerrar los ojos y decir: “No puede ser”, cerramos los ojos para que no sea cierto, o cuando tenemos un mal día queremos dormir para que de una vez por todas se acabe y al despertar a la mañana siguiente sea un nuevo día.
En los cuentos de hadas las princesas no suelen tener decisión, todo llega por designio: las situaciones adversas, así como las hadas, príncipes, héroes u otros personajes que aparecen para resolverles el problema o darles una ayuda para que todo vuelva a su curso natural. Esta princesa sí tiene la opción de decidir. Y decide cerrar los ojos. No se pincha el dedo con el huso de una rueca, sino se da de cara con la punzante realidad del pueblo. No es un hechizo de un hada malvada lo que la sumerge en el sueño profundo, sino la incapacidad de aceptar una realidad tan dura como cierta. Decidir cerrar los ojos puede simbolizar mantener lo acostumbrado, adquirir un estado de adormecimiento continuo, de pasividad, sumergirse en el sueño: una realidad paralela que aparta de la propia. Con esta potente imagen de cerrar los ojos para no ver, a mi parecer se hace alusión a lo difícil que es alcanzar la coherencia entre lo que sentimos o pensamos y la forma en que finalmente actuamos.
Al ver que la princesa duerme por buen tiempo, los reyes prefieren dejarla dormir hasta que llegue el príncipe que la despierte. Los reyes representan el poder de unos pocos, la inercia, la comodidad. La necesidad de un príncipe es la necesidad de seguir con la tradición, el creer y crear incapacidad en la princesa al suponer que no podrá por ella sola. En lugar de empoderarla, de hacerla fuerte, de despertarla, confían en que las cosas llegarán por sí solas y ya vendrá el que tenga que salvarla.
En el intervalo de este largo sueño voluntario, los reyes envejecen y termina de corromperse el reino. La princesa mientras tanto no se da por enterada, haciéndonos recordar el largo sueño del haragán Rip Van Winkle, durante el cual se dan cambios políticos y sociales en su pueblo, aunque en su caso fue inducido al sueño por una bebida mágica, o al menos eso dijo.
Antes del despertar de la princesa, despierta el pueblo. Y así como los sonidos de trompetas, tambores, arcabuces y cañones anunciaron su nacimiento años atrás, esta vez los mismos sonidos anuncian el nacimiento de una nueva era: la revolución. Solo entonces la princesa despierta, “pero no ya por el beso de un príncipe… / sino por una revolución”. El despertar, abrir los ojos, se puede leer como liberarse del adormilamiento, de la pasividad en que se encontraba. Si bien es un final abierto, la ilustración puede conducir nuestra lectura al ver dibujada a la princesa con los ojos abiertos entre el pueblo insurrecto. Aunque en su momento no pudo enfrentarse a la realidad por sí misma, esta vez lo hace de la mano del pueblo y aparece entre la gente como su igual.
Es importante recalcar que este final feliz no se encuentra configurado por el clásico despertar con el beso de un príncipe, ya que esta princesa no necesitaba ser salvada por uno, sino la fuerza común de una revolución para lograr abrir los ojos. Tal vez no es un final de los clásicamente considerados románticos, pero es acorde totalmente con algunos de los ideales del romanticismo: el anhelo de libertad, la independencia y la exaltación del yo colectivo.
En cuanto al minucioso trabajo de Istvanch en este libro álbum, sus ilustraciones se encargan de despertarnos cuestionamientos sobre el rol de la mujer en la sociedad, la realidad social, la lucha de clases y la evolución de todos los anteriores. Intercala dibujos en blanco y negro con la técnica del collage, que incluye recortes de diarios, revistas y piezas publicitarias de distintas épocas, así como detalles de algunas obras de reconocidos pintores como Diego Velázquez, Bartolomé Esteban Murillo, Eugène Delacroix, entre otros, las cuales forman parte de la llamada “pintura social”. Desde la tapa del libro nos sorprende con la imagen de una mujer tapándose los ojos, acompañada de un dibujo de la posible princesa haciendo lo mismo, las acompañan imágenes de una revista de moda, que nos hace pensar además que la moda es uno de los tantos adormecedores de todos los tiempos; más atrás, desplazado en un segundo plano aparece el dibujo de un príncipe montado en su caballo, aparentemente con el ademán de seguir su camino ya que en este libro no tiene a quien salvar. En los interiores, las ilustraciones de cada página realizan posibles correlatos al texto a la vez que provocadores juegos de imágenes. Para poner solo un ejemplo de su magistral trabajo, el dibujo de un hada furiosa y malvada que supuestamente podría condenar a la princesa al sufrimiento, es acompañado de recortes de periódicos antiguos que asocian la soltería y la emancipación de la mujer con la soledad y el sufrimiento. Como esta, se pueden dar muchas otras interesantes lecturas de las múltiples ilustraciones presentes en cada página del libro.
Concluyendo esta lectura personal, les comento que luego de leer este libro me descubrí tarareando la canción “Tribulaciones, lamentos y ocaso de un tonto rey imaginario o no”, de Sui Generis. No hay como las lecturas que nos provocan seguir despertando.
Invitamos a grandes y chicos a leer La durmiente y muchos libros más en la Sala de Literatura Infantil Cota Carvallo, la cual atiende de martes a viernes de 10 a.m. a 5 p.m. y los sábados y domingos de 10 a.m. a 6 p.m. Todos nuestros servicios son gratuitos.