Por el Día Internacional de la Mujer, 8 de marzo, reseñamos a una de las escritoras latinoamericanas más reconocidas del último siglo, la brasileña Clarice Lispector (1920-1977). La Biblioteca Mario Vargas Llosa de la Casa de la Literatura Peruana destaca como publicación de la semana una de sus novelas más emblemáticas, Aprendizaje o el libro de los placeres (1969).
Por Manuel Barrós, Biblioteca Mario Vargas Llosa
Aprendizaje o el libro de los placeres es una novela sobre la identidad de Lory y la toma de consciencia plena de sus capacidades como mujer en Río de Janeiro a mediados del S. XX. Lispector cuenta la historia de una profesora de primaria que se mudó de Campos a Río de Janeiro, para huir de su familia acomodada, su padre y sus cuatro hermanos hombres. Con una narrativa psicológica, de pocos diálogos y corte intimista, el libro se concentra en su “estar en el mundo”. Lory es una mujer sobrevenida en sus propias emociones, inmersa sus pensamientos desde la cotidianeidad, en esas nonadas aparentemente irrelevantes. La protagonista es una mujer anegada de dudas, al punto de entorpecer los aspectos más mínimos de su existencia. Está abrumada por la mediocridad de su vida. En la novela el abanico de emociones no es amplio ni diverso: no hay registro lúdico o divertimentos. Sutilmente, la autora explora los matices más reveladores y emotivos de Lory a través del constante desasosiego y la angustia de vivir.
En la búsqueda de su individualidad, el verdadero aprendizaje de la protagonista es cómo darle cabida a su manera de ser mujer en la sociedad. No le preocupan la maternidad, las opiniones familiares ni la soltería, sino su involuntaria renuencia a la propia vida. Aunque implícitamente sus cuestionamientos están dirigidos hacia las imposiciones sociales que desafía, las verdaderas libertades que anhela son las no conquistadas, las aún que debe obtener a fuerza de voluntad. Desaprender los parámetros sociales sobre cómo “debería” ser una mujer es importante para el relato, pero no tanto como el desarrollo de su personalidad y sus propias convicciones. Cuando leemos la novela, encontramos que Lory ya ha tenido cinco amantes, aunque no vive independientemente, pues recibe una pensión económica de su padre. Su principal conflicto es sobrevivirse a sí misma, a los horizontes personales que va alcanzando y desafiando en su mundo interior. Por eso, en el libro la consciencia de lo femenino es abordada no a través de una lucha por consignas sociales colectivas, sino desde una intimidad más expresiva: cómo afrontar la consciencia de ser mujer, cómo descubrirla y llegar a saberse una, propia y para sí.
El amor y el placer son los principales elementos con los que Lory se descubre como mujer. A través de ellos, la autora construye un diálogo interior. Desafiantes y constituyentes, ambos comprenden las principales epifanías de su vida. Dado que el relato tiene como trasfondo la relación sentimental entre la protagonista y Ulises, la búsqueda de la identidad se da a través de la interacción y las negociaciones del amor. La novela muestra la dilatada evolución de su relación; su hilo conductor gira en torno a las dificultades y frecuentes vicisitudes causadas por Lory, pues es su desamor el que atarea a Ulises. Él tiene que atender sus oscilaciones afectivas, continuamente tolerarlas y sobrellevarlas. Seto a seto, los juegos del amor muestran la relación profundamente asimétrica entre ambos. Este es el contrapunto de los personajes. En ello se basa el desarrollo del drama. Temerosa ella, con audacia él. Más que personajes complementarios —estéticamente necesarios para la fluidez y sentido primario del relato—, se trata de una relación de medianos desencuentros. La tensión e intereses diferenciados poco a poco devienen en el hallazgo y reconocimiento mutuo. Por ello, no es una relación dañina o tóxica, sino una de auxilios continuos. Técnicamente hablando, Ulises es un interlocutor referencial para las idea de Lory. Es su guía: quien señala los caminos más adecuados por recorrer, sugiriendo costos y posibles consecuencias en el aprendizaje del amor y de la vida por parte de Lory.
Estamos ante una mujer en formación, en un difícil nacimiento. De personalidad nudosa: inhóspita, increada, con más agruras que tristezas. Para Lory, la presencia de Ulises es una contingencia; tanto así que, por recomendación suya, prefiere un antenombre: “Yo”. Ante los demás, ella no responde como Loreley ni Lory, sino como “Yo”, porque en este radica el germen de su identidad en formación. Esta recomposición nominal es la base de su búsqueda, ya que el relato es un juego antítesis. El “Yo”, término que nomina la existencia proteica de Lory, profesora de primaria que, por momentos, se compadece de sus estudiantes. Y Ulises, catedrático de filosofía en una universidad que, ya maduro y formado, funge de guía. Lo único que retrasa la unión de ambos personajes es que Lory “no está lista”. Ella siempre se ha escondido detrás de su confusión y dolor, sin saber qué hacer o cómo reaccionar frente a su propia obsolescencia para existir. Sus perplejidades eran productos de la inacción culposa, inveterada. Ulises despierta el malestar en Lory; la lleva al aniquilamiento. Pacientemente, él decide esperar a que Lory aprenda a amarse a sí misma, a disfrutar de sí misma en cualquier aspecto o dimensión de la vida. En el desarrollo de ese proceso, en el tránsito de su propia trayectoria, el encuentro carnal se da al final del relato.
Así, la novela no presenta una versión idealizada del amor. Clarice Lispector ensaya una historia de amor centrada en su lancinante entereza. Todo este relato es el camino hacia el placer sin culpa, hacia la apertura del pensamiento y, sobre todo, a un cuadro de plenitud personal. La poca vitalidad con la que encontramos a Lory al inicio del relato se va diluyendo a lo largo de su historia de formación y madurez. El camino de sus propias exigencias —las suyas y las de Ulises— configura esa narración cascada que busca otorgarle un orden y un entendimiento al hallazgo de sí misma. Incinerar sus miedos, llegar a ser otra, compartirse con Ulises desde otra soledad: una menos huidiza, más amable y complacida. Ella se sabe ágora y cariátide de sí misma: desilusiones, fracasos y deseos en una episódica disposición vital. Enfrentar al amor como saber ausente. Es este “el amor sin opio, sin morfina”, como diría Clarice Lispector.
Ficha:
Lispector, Clarice. 2010 [1969]. Aprendizaje o el libro de los placeres, traducción de Cristina Sáenz de Tejada y Juan García Gayo, Barcelona: Siruela, 142 p.
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