El libro de la semana es una publicación realizada por uno de los editores presentes en la exposición “La página blanca entre el signo y el latido” de la Casa de la Literatura, nos referimos a Objetos enajenados (1971), el segundo poemario de Yolanda Westphalen (1925-2011), editado por Javier Sologuren en su sello La Rama Florida.
Por Manuel Barrós, Biblioteca Mario Vargas Llosa
Objetos enajenados puede ser visto como un compendio poético de los símbolos cotidianos de la existencia. Zapatos, botellas, cigarros o la propia ilusión del silencio conforman parte de esas huellas y signos corpóreos que constituyen el centro del libro. Por ello, en el transcurso de los poemas, encontramos a la autora en sus momentos más personales: recostada en un cojín, contemplando un espejo, indagando una maleta u oscureciéndose ante una lámpara.
El espectáculo de los objetos y el lenguaje de su paulatino descubrimiento concentran los aspectos más fenoménicos del texto. De ahí que el título sea acertado y revelador, pues desde un inicio nos advierte su trama poética. Frente al extrañamiento inicial que algunos objetos le causaron, la autora optó por atesorar el recuerdo o la experiencia en el registro textual, ya que estos objetos son, ante todo, objetos del lenguaje.
A nivel de estilo, el lirismo de Westphalen oscila entre ciertos motivos temáticos y un leve juego de imágenes. Aunque hay ciertos fraseos que bordean lo surrealista, no llega a serlo, pero tampoco busca —aunque algunos pasajes lo sugieran— lo conversacional. Yolanda escribe desde un emotivo minimalismo con una cotidianidad que también se expresa en algunos usos del lenguaje: “huachitos de lotería”, por ejemplo. De manera muy personal, la autora también nos plantea ciertos espacios y encuentros verbales, como cuando en el segundo poema dice los cuerpos posibles “son objetos sidos”.
Por otra parte, no hay mucha presencia del erotismo o la sexualidad como tampoco hay una preocupación por problematizar lo femenino. La poeta desatiende la cuestión del género para priorizar la condición de su especie y, como tal, su capacidad lírica toma fuerza en el asombro del lenguaje. Enérgica o desahuciada, vertiginosa o complacida, lo táctil y la sensación de lo palpable nos revelan la exploración interior de la autora.
De cierta manera, Westphalen se despersonaliza frente a los objetos. Ellos son los protagonistas y ante ellos se aviene —en el libro— la vida. Entrañada en su propia realidad más personal e inmediata, la poeta se encuentra a sí misma “visualizando los enigmas” en cada ente próximo. Mejor dicho, proyectando las propias intrigas y viéndose en los propios objetos y sus significaciones:
el hombre-presa
desvélanse mil estrellas
en la oscuridad
que va dejando desnudo el sueño
y va poblando de rencor
las miradas del hombre
las cuales crecen verticalmente
hasta arrancar con sus dientes
el furor de la tormenta
El sol baja silencioso
las escaleras del trueno
que conducen al vacío
de un horizonte
hipotético
y el hombre solo
y el tropel de hombres cercándolo
negra su piel
negro su rencor
negro su miedo
y blanco el círculo de cáñamo
que lo aprisiona
en la negra oscuridad del día
—avergonzado de su luz—
avaro de volverse noche
de ignorar entre sus sombras
la cacería del hombre contra el hombre
el fusil el látigo la jauría se imponen
y el día da la vuelta al mundo
y se posesiona esplendoroso
de la cumbre solitaria
de ébano
de esa noche incandescente
de esa noche hecha de vergüenza
de esa noche
vecina
cálida
doliente
que cada día resucita en la clandestina tolerancia
de nuestras manos sordas
silenciadas en agua tibia
y perfumadas con jabón amortajado con flores de lavanda
Puedes acceder a este libro en nuestra Biblioteca Mario Vargas Llosa, (Jr. Áncash 207, Centro Histórico de Lima), en el horario de martes a domingo de 10 a.m. a 7 p.m., solo con tu DNI.