Este viernes 25 de octubre, a las 5:00 p.m., en Tardes de Café Literario, comentaremos el libro Los escritores en la escuela, por ello les compartimos la siguiente reseña de esta publicación que acompañó la muestra Maestros escritores. Historias inspiradoras de maestros en la escuela.
Nota: debido a trabajos de mantenimiento, la actividad de este mes se realizará en la Biblioteca Mario Vargas Llosa.
Por David Chávez, mediador de la Casa de la Literatura
Los escritores en la escuela fue publicado gracias al esfuerzo conjunto de la Casa de la Literatura y de Julio Dagnino (Lima, 1928), reconocido educador que dirigió la revista Autoeducación, aparecida por primera vez en julio de 1981. Durante la larga trayectoria de esta revista fue que se publicaron los textos de destacados autores, tales como José Watanabe, Cromwell Jara, Magda Portal, Jorge Puim, Augusto Higa, entre otros. Muchos de ellos relatan su etapa escolar, así como las personas y hechos que marcaron sus años cuando eran alumnos y quizá todavía no imaginaban convertirse algún día en importantes referentes de nuestra literatura.
Después de la desaparición de la revista Autoeducación, Julio Dagnino mostró gran interés por publicar un libro que recoja los relatos de poetas y narradores que colaboraron en ella. Uno de los más entusiastas con este proyecto fue José Watanabe, quien incluso sugirió el título para la presente antología. El repentino fallecimiento del poeta y otros contratiempos hicieron que esta edición fuera postergada hasta que, recientemente, el librero Carlos Carnero posibilitó una conversación entre Julio Dagnino y la Casa de la Literatura Peruana para hacer realidad este hermoso proyecto.
Los escritores en la escuela reúne 14 testimonios de diversos escritores peruanos que nos comparten sus experiencias y reflexiones en torno a la escuela, organizados bajo tres miradas: “Comunidad”, “Rebeldía” y “Voces de maestros”. A su vez, el libro contiene una selección de fotografías de Herman Schwarz donde se puede apreciar la diversidad sociocultural de la población escolar del Perú y, así mismo, nos invita a evocar nuestros propios recuerdos estudiantiles.
¿Qué significa enseñar en la escuela? ¿Qué significa ser alumno o maestro? ¿Qué espacio dentro de nuestra vida escolar le damos a la literatura? ¿Cómo habrán sido los escritores cuando eran alumnos? Estas son algunas de las interrogantes que se plantean y se responden de distintas maneras en cada texto de la presente antología. Al mismo tiempo, nos permite conocer las diferencias y coincidencias de cada generación de estudiantes bajo diversas condiciones políticas, sociales y culturales.
En la primera sección de textos, distintos poetas y escritores como José Watanabe, Magda Portal o Pedro Escribano nos comparten testimonios donde se puede percibir un vínculo más estrecho entre la escuela y la comunidad. Esta relación entre los pobladores y los escolares se manifiesta en diversos eventos y festividades folclóricas propias de cada provincia.
En el texto “A La Glorieta me voy”, por ejemplo, Cesáreo Martínez nos recrea la gran expectativa que sintió cuando una maestra de su colegio en Cotahuasi le anunció que irían a la Glorieta, por motivo de la celebración de la Fiesta de las Cruces. El autor nos comparte la fuerte impresión que causaron en él los músicos y danzantes de tijera que acompañaban esta festividad.
Por otra parte, en el texto “Sin ira y con nostalgia”, el poeta José Watanabe nos describe el colegio donde cursó la primaria en su natal Laredo, así como también las prácticas cotidianas y domésticas que rodeaban a su familia y los demás pobladores. Aquí se rememoran las largas caminatas que emprendía diariamente al colegio que entonces era propiedad de un hacendado: “La casa de campo del dueño de Laredo, Don José Ignacio Chopitea, estaba a kilómetro y medio del pueblo, al final de la polvorienta avenida que se abría entre cañaverales. A caballo se iba bien por la avenida, a pie era para hundirse hasta los tobillos en esa tierra muerta.” (pag.48). Del mismo modo, en este contexto se evoca la figura de la madre del poeta y cómo tenían que apoyarla entre todos sus hermanos: “El desayuno lo hacíamos y lo servíamos nosotros mismos. Cuando nos tocaba en turno había que levantarse casi al amanecer. Algunos se adelantaban al colegio a prender el fogón y hervir el agua en el medio del cilindro que hacía de olla. Otros íbamos al bazar de la hacienda a pedir las bolas de chocolate y los costalillos de pan. El chocolate venía en pequeñas bolas azucaradas” (p. 50).
Un escenario más urbano es el que nos describe Cronwell Jara en su relato “Mi niñez en la escuela” donde aparecen otros elementos como el callejón, el barrio y la urbanización que nos remiten a una atmósfera que se presentaba más dura y agresiva con quienes recién llegaban a la ciudad. Cronwell Jara rememora las dificultades a las que tuvo que enfrentarse, entre ellos la figura de su maestra Chipoca: “Era pequeña, obesa, de piel muy blanca, y resaltaban en ella sus cachetes pulidos y muy rojos, no por el maquillaje sino por la raza europea, la recuerdo, además, siempre vestida de traje de seda verde y protegida por un sacón o la chompa roja. Siempre el rojo, un rojo que ahora veo no era acaso de su sangre sino del fuego del infierno que guardaba dentro. Nunca habrá otra persona que me haya causado más miedo ni a quien deteste más.” (pág.63). En este caso se comenta el caso de una maestra no contaba con la vocación de educadora para hacernos reflexionar sobre el importante papel que desempeñan los maestros sobre nuestros conocimientos y sobre nuestra sensibilidad, hasta el punto poder influir en acercarnos o alejarnos de la literatura.
En la segunda mirada planteada en el libro Los escritores en la escuela se titula “Rebeldía”, donde aparecen relatos de Rosina Valcárcel, Juan Cristóbal, Augusto Higa y Luis Urteaga Cabrera. Aquí las experiencias escolares y personales se vinculan a momentos agitados y convulsionados de la historia política y social de nuestro país. El espíritu crítico y la mirada cuestionadora caracterizan a los protagonistas de las historias recogidas en esta sección del libro.
En el relato de Augusto Higa, por ejemplo, se describe un colegio que no contaba con un nombre en especial sino tan solo un número: 428. Higa rememora la figura del director, quien gustaba impartir “orden y disciplina” a punta de cachetadas, puñetes y patadas: “en el fondo, profesores y padres aceptaban que los niños debían ser corregidos, enderezados a porrazos, hacia ese abstracto camino llamado la senda del bien y el provecho. Que yo sepa jamás ninguno de nosotros encontró el camino, y más bien comprendimos que el colegio no era más que una comisaría disfrazada.” (pág. 105).
“Bajo mi carpeta, escondida” es el texto donde Rosina Valcárcel nos describe las distintas escuelas a las que tuvo que adaptarse, debido a la militancia política de su padre, el también poeta y periodista Gustavo Valcárcel. Es bajo estas circunstancias que la pequeña Rosina junto a su familia tuvo que cambiar frecuentemente de residencia, en distintas ciudades y países. Varios acontecimiento políticos y sociales de ésta época marcarían el pensamiento y los ideales de la autora. Entre estos recuerdos destacan sus experiencias en la gran unidad escolar Teresa Gonzales de Fanning, donde cursaría toda la secundaria y haría grandes amistades. En esta etapa se recuerdan grandes sucesos como el fallecimiento del joven poeta Javier Heraud, el cual dejaría un gran impacto en Rosina Valcárcel. En estos días evidencia su temprana vocación literaria gracias las primeras lectura de César Vallejo y a un concurso literario de la escuela.
“Voces de Maestros” se titula la tercera sección de textos donde encontramos el testimonio de escritores que ejercieron la docencia y que buscaron nuevas formas de acercar la literatura a la vida de sus estudiantes a través de un trato más humano y sensible. En esta parte encontramos los relatos de Esther Castañeda y de Jorge Eslava, quienes comparten sus recuerdos más significativos durante las clases de sus maestros y destacan el compromiso de su labor como educadores. Tal es el caso de la maestra Delia Moreno Ávila en el texto “La Escuela que hay en mí”, de Esther Castañeda, donde se nos relata la performance incansable que la educadora hacía con los brazos para marcar la entonación en la lectura de sus alumnos. Es curioso que esta acción también fue incentivando en Esther Castañeda su futura vocación de docente. Por su parte, Jorge Eslava nos cuenta en “Discípulo y maestro” acerca de la idea que tenían los padres sobre lo que se consideraba como “buena educación”, casi siempre asociado al orden militar y religioso. Eslava nos relata acerca de los métodos de corrección usados por los hermanos del colegio La Salle y el rigor castrense del colegio Domingo Nieto. Jorge Eslava aprovecha para contrastar sus vivencias como alumno y su posterior experiencia de maestro. Aquí destaca su paso por el colegio Los Reyes Rojos: “ese colegio exigía –en términos de inspiración voluntaria- un compromiso místico que hoy te emociona recordar. Chicos y profesores, incluso padres de familia, procuraban hacer de Los Reyes Rojos un pedacito de tierra mas humano y hoy, lo notas, se ha avanzado un buen trecho…” (p.124).
Los escritores en la escuela es un libro fascinante y recomendable que nos permite conocer las experiencias escolares de nuestros escritores desde una mirada tan cercana que podríamos reconocernos en ellas. Te invitamos a descubrirlas y a disfrutarlas.