Una emotiva mesa, donde en todo momento se evocó la singular personalidad y la actitud poética de Luis Hernández, fue la que animaron el investigador Alex Zisman junto a los escritores Nicolás Yerovi e Hildebrando Pérez Grande, esto en la primera jornada del Congreso Solitarios son los actos del poeta: homenaje a Luis Hernández que se realiza en la Casa de la Literatura Peruana. La velada, sin embargo, no estuvo exenta de polémica y sobresaltos, especialmente al recordarse cómo la crítica fue inicialmente severa y adversa a la original propuesta del poeta.
Antes de iniciar las intervenciones de los invitados, el moderador y curador Herman Schwarz difundió algunos fragmentos de los audios inéditos de las sendas entrevistas realizadas a Hernández, en el año 1975, tanto por Zisman como por Yerovi. Este material, valioso por su contenido, se convirtió finalmente en las dos únicas entrevistas que concedió el autor de Vox Horrísona fallecido en 1977.
POESÍA CON MÚSICA
Zisman relató que en junio de 1975 conoció por primera vez a Hernández, de quien anteriormente solo supo por intermedio de Max, el hermano psicoanalista del poeta, durante algunas conversaciones que tuvieron en Londres. Luis Hernández aceptó la entrevista con algunas condiciones. “Primero hablamos de música y él tenía que tocar el piano. Además, la conversación tenía que realizarse con música de fondo”, señaló. “Fue de las entrevistas más difíciles que he tenido. Fue como correr olas en el mar, En mi vida he tenido una entrevista de este tipo. Fue un encuentro excepcional. Lucho era excepcional”, recordó Zisman.
La entrevista que realizó Zisman a Hernández fue publicada en el diario Correo el 7 de junio de 1975, siendo la primera que permitió conocer a tan singular poeta de la generación del 60.
EL TESISTA DE HERNÁNDEZ
Por su parte, el escritor Nicolás Yerovi recordó que a sus 23 años de edad decidió hacer una tesis que no termine arrinconada en el estante de la Universidad Católica, donde se graduó en Lingüística y Literatura. “Fui a visitar a Lucho Camarero, primo del poeta, y le pregunté qué sabía de él. ‘Está loco -me dijo-. Escribe poemas en cuadernos con plumones de colores y los anda regalando’. Además, me mostró 3 o 4 de estos cuadernos”, recordó Yerovi. “Lucho era un personaje. ¡Qué personaje! Con unas ganas de joder inimaginables (risas). Cuando estábamos conversando se ponía a hablar en alemán durante 15 minutos”, agregó.
Previo a la entrevista que le realizara en agosto de 1975, Yerovi le manifestó a Hernández su interés en recopilar estos cuadernos que él iba regalando con la finalidad de transcribirlos y analizarlos para su tesis doctoral. “Lucho hizo una lista de las personas a las que recordaba haberle entregado los cuadernos con el propósito de poder recopilarlos para posteriormente mecanografiarlos y devolvérselos. Hice esto durante un año y medio. Me reunía con Lucho dos veces por semana y trabajé la tesis doctoral que tenía 200 anotaciones”.
Al igual como pasó con Zisman, Yerovi contó que al momento de solicitarle una entrevista, Hernández le puso sus condiciones. “Me dijo: ‘lo primero que vas a grabar va a ser mi interpretación al piano de Oh my love, de John Lennon. La entrevista tuvo que ser interrumpida cuando los pacientes de Lucho llamaban por teléfono”, rememoró Yerovi.
“Entiendo ahora, 40 años después de la partida de Lucho y 42 años después de que empezar a reunir su obra, por qué elegí estudiarlo. En la poesía de Lucho hay una manera de entender la vida como una travesura. Si yo hubiera nacido para reunir la obra de Lucho y hacerla pública y no hubiera hecho ninguna otra cosa más, ese solo acto le hubiera dado valor a mi vida”, afirmó emocionado Yerovi.
EL ARTISTA Y SU ÉPOCA
El poeta y docente Hildebrando Pérez Grande, de la misma generación de Hernández, ofreció un panorama del poesía de los años 60. Recordó que con la aparición de El río, de Javier Heraud; Destierro, de Antonio Cisneros; y Orilla, de Luis Hernández, aparece una nueva generación de poetas que partiendo de la generación del 98 español construyen una nueva poesía.
“Luis Hernández explora en el universo de colores y sabores del lenguaje coloquial, en el lenguaje vigoroso de la esquina. Le agrega una dosis de humor y ternura que nos hace falta y nos recuerda a Carlos Oquendo de Amat y al lirismo intenso y melancólico de ciertos poemas de Juan Gonzalo Rose. Las lecturas prejuiciosas que se hacen de sus poemas, desde el punto de vista ideológico, lo hacen sospechoso de todo y de nada. Y sufrirá cierta postergación. Una vez más los cambios asustan. Orilla (1961) y Charlie Melnik (1962) son una muestra de la versatilidad de Luis Hernández. La vida urbana se recrea en todo su esplendor. Con sus poemas volvemos al campo fresco de la creación poética. Cierta crítica literaria de la época desestimó, por descuido o desamor, sus logros líricos. Lo acusaron de intrascendente y desigual, tanto así que algunas antologías de la poesía peruana no lo tomaron en cuenta. Finalmente, para felicidad de sus fans, su horrísina voz se ha impuesto. Y si ahora celebramos los rumbos llenos de innovaciones audaces que muestra la lírica de nuestro país, es porque a inicios del 60 hubo un juglar moderno que cantó con el lenguaje de nuestro tiempo”, apuntó Pérez Grande.
UNA VISIÓN POLITIZADA
Herman Schwarz hizo alusión a las críticas a la poesía édita de Hernández realizada en su momento por los poetas Francisco Bendezú y Antonio Cisneros, ambas desfavorables. “A Hernández lo conceptuamos un poeta experimental. Rabiosamente disonante, sin arraigo idiomático, algunos poemas nos causan la ingrata impresión de poesía extranjera mal traducida”, señaló Bendezú. Por su parte, Antonio Cisneros escribió sobre Las constelaciones (1965), poemario de Hernández: “La primera parte (del poemario) se diferencia holgadamente del resto, es la peor. Si bien el lenguaje alcanza brillantez por momentos y el arsenal de imágenes con el que nombra a los diferentes signos (zodiacales) es el más nutrido del libro, nos disgusta la gratitud de los poemas, esa manera graciosa, abstracta, en el peor sentido de las palabra, que está siendo vicio entre nosotros (…)”.
El recuerdo de estas críticas motivó que Carlos Hernández, hermano del poeta, pidiera la palabra: “Yo he vivido todo eso que ha pasado con Lucho y he visto la envidia no solo verbalizada sino también la cara de la envidia. Y solo te podría decir citando a García Lorca: ‘lo que en otros no envidiaban ya lo envidiaban en mí…”. La única venganza que una vez tuvo Lucho fue cuando llegaron a la casa César Calvo y Manuel Scorza y probablemente había salido la crítica de Bendezú. Lucho y César Calvo empezaron a hacer poemas a lo Bendezú. Lo que he vivido y visto de gente que aparentemente decía ser amiga de Lucho…ellos eran bien malitos”, acotó.
Sobre ello Zisman dijo: “La incontaminación social es alcanzable, lo que tiene Lucho es que por lo menos intenta combatirla con la manera de expresar su inconformidad”. Asimismo, recordó que en la entrevista que le hiciera en 1975, Hernández prefería mantenerse al margen del mundo literario limeño. “Lucho trató de establecer su espacio creativo y mantener distancia con toda esa situación social que cierto modo no olía gratamente”, añadió.
A su turno, Yerovi expresó no estar seguro que estas críticas adversas hayan podido cambiar el rumbo de escritura de Luis Hernández. “No le podría atribuir a ese hecho el giro de sus obras.Creo que su ars poética ha sido forjada adrede, él quiso hacer una metáfora de la vida, de su fugacidad. Escribía para que se lo lleve el viento del tiempo. Todo ese juego era un espejo de la vida misma. Creo esto porque si hubiera habido en el alma y en el espíritu de Lucho algún resquemor por alguna frase injusta no me habría dicho a mí para visitar al poeta del parque, porque Paco Bendezú vivía allí. Y la penúltima vez que vi a Lucho fue cuando fui a la casa de Toño Cisneros. Él acababa de visitarlo. Lucho le había regalado una pluma fuente de cisne blanco. No creo que este gran cambio que finalmente perfila la mayor parte de su obra tenga mucho que ver, de repente nada que ver con estas ocasionales críticas”.
Mientras tanto, Hildebrando Pérez puso estas críticas adversas en su contexto. “Las controversias en torno a la poética de Luis Hernández, y a la interpretación sobre sus libros va a continuar, se va a profundizar. Quisiera contextualizar los años 60 para evitar malos entendidos que puedan suscitarse. En 1960 hay una poética y una forma de entender el poema y de escribir el texto. Había un aire de la época, había una ideologización, una politización en el ambiente. Todo lo leíamos a partir de…sobre todo después de la muerte de Javier Heraud en 1963 (…) Como dijo Karl Marx: todos somos hijos de nuestro tiempo”.