La investigadora española Eva María Valero será una de las invitadas al congreso internacional El cuento en Hispanoamérica: teorías, lecturas y poéticas. A continuación nos contesta un cuestionario alrededor del cuento. El congreso se realizará del miércoles 28 al viernes 30 de octubre en nuestro auditorio. El ingreso es libre.
¿Cuál es su cuento favorito?
Me resulta casi imposible elegir un solo cuento. Habría varios y de muy diversos autores, y de diferentes líneas temáticas y estilos. Si me quedo en Perú y en mi autor “favorito” de la segunda mitad del siglo XX, Ribeyro, podría elegir Silvio en El Rosedal, que condensa todas las claves de su obra, o Ridder y el pisapapeles, entre los fantásticos. Pero ese último cuento inédito, que apareció en la última edición de La palabra del mudo en Seix Barral, y que lleva por título el lacónico Surf, me traspasa, no solo por su contenido metafórico con respecto a la preocupación por la escritura, sino por el sentido del humor, sutil y genial, y ante todo, por la forma en que está escrito, rozando la perfección, como esa ola final que condujo a su postrer personaje “hacia la eternidad”.
Pero hay muchos otros candidatos a cuentos “favoritos”, por supuesto de Borges, de Cortázar… Sin embargo, quisiera destacar un cuento que me apasiona de Augusto Monterroso, que lleva por título el de la antología que lo contiene, Obras completas. Nunca olvidaré a su personaje, el profesor Fombona, diciéndole a aquel alumno que de aspirante a escritor se había quedado en investigador de la literatura en su proyecto de realizar la edición crítica de las obras completas de Unamuno: “Feijoo, muchacho querido, escápate, escápate de mí, de Unamuno; quiero ayudarte a escapar”. Es una humorada genial sobre nuestro trabajo como críticos e historiadores de la literatura. Lo leí en los años en que realizaba mi tesis doctoral sobre Ribeyro y lógicamente, me impactó. Aunque no escapé, como parece evidente.
Me gustan mucho también autoras actuales como por ejemplo la mexicana Cecilia Eudave. Cuentos como El oculista o Eva entró por la ventana me parecen de una originalidad y una frescura que renueva el género en estos tiempos.
¿Cuál es su libro de cuentos favoritos?
Aquí sí contestaré quedándome en Perú y en Ribeyro. La palabra del mudo siempre la llevaré en mi equipaje. En ella hay contenidos varios libros de cuentos, pero no me atrevería a optar por uno porque en todos ellos siempre hay algún cuento especial.
¿Qué elementos debe tener un buen cuento?
Uno de los primeros maestros del cuento, Anton Chéjov, puso el énfasis en un elemento en el que han seguido insistiendo los grandes cuentistas que desde el siglo XIX han teorizado sobre el género: el lector, es decir, la necesidad de lograr la implicación del lector de un modo similar a lo que ocurre con la poesía. Hablaba Chéjov de atrapar la atención del lector, a través de la impresión, de mantenerlo siempre en suspenso; de no darle la oportunidad de recuperarse; del indudable “mejor quedarse corto que decir demasiado”; y, en consecuencia, de dejar al lector que añada los elementos subjetivos. Como recoge Pablo Brescia en su imprescindible Modelos y prácticas en el cuento hispanoamericano. Arreola, Borges, Cortázar (2011), con ello Chéjov anticipó todas las teorías del cuento que vendrían de la mano de Poe, Quiroga y Cortázar. Todos ellos inciden en esa potencialidad de la brevedad, de la síntesis, que necesariamente ha de dejar los huecos o los silencios para que sea el lector quien, en su lectura, personal e intransferible, los complete.
Ricardo Piglia incide también en este punto, en ese “dar a entender, mostrar y no cerrar la significación”. Recuerda Piglia en este sentido Las mil y una noches, “fundadas en la noción de relato como un modo de transmitir una verdad que siempre es enigmática, que siempre tiene la forma de la epifanía, de la iluminación. Un relato es algo que nos da a entender, no nos da por hecho el sentido, nos permite imaginarlo”. Como lo dicho por aquel personaje del dramaturgo Juan Mayorga que le plantea a su aprendiz de escritor “la pregunta de oro”, la pregunta que hay que clavar en la mente del lector sobre el destino del héroe: “¿qué va a pasar? Al lector no se le puede dar tregua, hay que mantenerlo tenso. El lector es como el sultán de Sherezade: si me aburres, te corto la cabeza. Pero dale una buena historia y el sultán te entregará su corazón. El sultán y cualquiera. La gente necesita que le cuenten historias”. Y concluye categórico: “Sin cuentos, la vida no vale nada”.
Eso es exactamente lo que creo que debe tener un buen relato, independientemente de otros elementos, para mí secundarios, como el final cerrado o abierto, la persona narrativa o la unidad de acción. Todos los puntos de vista pueden funcionar si al concluir el relato hay un final que nos devuelve al principio, es decir, si hay una esfericidad que tiene que ver ante todo con el lector, que inicia la lectura más íntima del relato cuando este concluye. Y eso es lo que nos viene a decir Piglia, recogiendo en buena medida a sus antecesores. Yo no podría expresarlo mejor.
¿Cuál es la diferencia entre cuento y relato?
En la actualidad no existe diferencia entre lo que llamamos el cuento literario o cuento moderno (para diferenciarlo del cuento popular) y el relato. Yo uso ambos términos de manera indistinta, como sinónimos. Pero recordaré que, como es bien sabido, el cuento nació como palabra transmitida a otro, fuera del ámbito de la escritura. Pablo Brescia, en su libro citado, señala que en Don Quijote el término cuento se reserva para la narración oral mientras que novela se aplica al relato escrito. El punto de inflexión se produce a mediados del XIX, con el nacimiento del cuento literario o moderno, que surge con vocación de lo que Roman Jakobson llamaría la función poética del lenguaje o “literariedad”.
Tal y como lo entendemos hoy, el término “relato” aparece en los últimos años sesenta. Y lo hace para distanciarse de la palabra “cuento”, tan cargada de significados que la vinculan por un lado con lo infantil y, por otro, con un sentido peyorativo relacionado con lo que podríamos llamar patrañas, sentido en que lo utiliza Clarín cuando titula su libro El señor y lo demás son cuentos. Ni qué decir de la carga peyorativa de la palabra cuentista en relación a la mentira o falsedad.
Y aunque algunas editoriales apostaron por el término “relatos” en los años setenta, otras sin embargo publicaron los de Cortázar o Ribeyro, o Benedetti, etc., bajo el rótulo “Cuentos completos”. El propio Cortázar, en sus célebres ensayos sobre el cuento, utiliza este término en los títulos de estos.
Ninguna cita más idónea para terminar de responder a esta pregunta que la del gran maestro y teórico del cuento hispanoamericano, Horacio Quiroga, que dice: “Pero aporté a la lucha mi propia carne, sin otro resultado, en el mejor de los casos, que el de que se me tildara de ‘autor de cuentitos’”.
¿Cómo así se interesó por estudiar la obra de Julio Ramón Ribeyro?
Ribeyro cayó en mis manos desde las de mi profesor de literatura hispanoamericana en la universidad, José Carlos Rovira. Yo había entrado de lleno en esta literatura a través de sus clases y de las de Carmen Alemany. Ambos, catedráticos de literatura hispanoamericana en la actualidad, son ahora mis compañeros en la Universidad de Alicante. Al término de la licenciatura quise realizar una tesis doctoral y en ese momento el profesor Rovira dirigía un proyecto de investigación sobre “Literatura y espacio urbano”, enfocado fundamentalmente a la literatura hispanoamericana. Fue él quien me animó a leer La palabra del mudo, entre otros autores como Martín Adán (a quien años después también me dediqué) y José Emilio Pacheco. Los cuentos de Ribeyro me atraparon en la primera lectura y la idea de estudiar la forma en que la ciudad se construye a lo largo de toda su obra me pareció una línea de investigación muy atractiva, fructífera y casi inédita en aquel entonces. Así fue como me interesé por estudiar al gran Ribeyro.
¿Qué virtudes destacaría de la cuentística de este autor peruano?
Resumir las virtudes de Ribeyro es tarea compleja, pero, apelando a la capacidad de síntesis de la que vengo hablando, podría intentarlo de forma esquemática, por ejemplo en estos puntos: la captación de la fragilidad del ser humano anónimo y al tiempo la transmisión de su grandeza en su intento de rehumanizarse a través de la imaginación; el uso de mecanismos simbólicos y metafóricos para sugerir estados de ánimo; la potencia de los finales para lograr la toma de conciencia por parte de los personajes e introducir al lector en la dimensión psicológica de estos y en su evolución interior; la utilización de las técnicas de la ambigüedad; la construcción de historias a través del manejo de los silencios con las palabras, es decir, la construcción del relato para el lector, para el desciframiento por parte del lector; y una prosa magistral, con una cadencia y un fluir narrativo que reclama y se acerca a lo imposible: la perfección.
¿Cómo ve al cuento hispanoamericano actual?
Tomar el pulso al cuento hispanoamericano actual es también tarea compleja, dada la diversidad que presenta en cada país y la cantidad de nombres que conforman la lista de cuentistas hispanoamericanos en la actualidad. Pero lo que es indudable es que, a pesar de las reticencias editoriales al cuento, con respecto a la novela, el vigor del cuento en Hispanoamérica vence cualquier obstáculo y sobrevive con buena salud y fuerzas renovadas. Evito dar nombres en esta respuesta por la dimensión de la pregunta, en tanto que dejaría a muchos buenos cuentistas en el tintero. Creo que hay líneas de continuidad como es la que sigue la literatura urbana neorrealista. Y otras líneas de carácter más intimista o incluso humorístico, en las que los límites de la nacionalidad se diluyen. Pero quiero destacar, seguramente por ser una de las líneas que más me están interesando en la actualidad, que la literatura neofantástica está dando nuevos e interesantísimos frutos, en un renovado registro que goza de la frescura del atrevimiento y que nos introduce de lleno en lo que mi compañera Carmen Alemany está proponiendo como narrativa de “lo inusual”, que parte de la realidad; una literatura que nos plantea una ecuación asentada de nuevo sobre la base de la escritura elíptica y enigmática, pero con una inédita combinación de los términos: lo insólito con el realismo cotidiano y con el humor en situaciones instaladas en aquella absurda resignación de raigambre cortazariana, pero fluyendo ahora en un curioso vaivén entre lo racional y lo irracional.
Sin duda el nuevo mundo que vivimos, que diluye fronteras en el espacio cibernético, está cambiando profundamente la sociedad y la forma en que nos relacionamos. Y esos cambios necesariamente están calando en todos los estratos de la literatura que, como siempre fue, desde su origen, sirve para “contar” lo que nos sucede. Habrá que ver y estar atento a qué es lo que nos suceda.
SOBRE EVA MARÍA VALERO:
Es doctora en Filología Hispánica por la Universidad de Alicante y profesora de Literatura Hispanoamericana en la misma casa de estudios. Su trayectoria investigadora se ha centrado en la literatura peruana, fruto de la cual son diversos artículos y los libros La ciudad en la obra de Julio Ramón Ribeyro (2003) y Lima en la tradición literaria del Perú. De la leyenda urbana a la disolución del mito (2003). Entre 2005 y 2006 ha editado las antologías El Quijote en Perú y El Quijote en México en el Centro Virtual del Instituto Cervantes, y La casa de cartón de Martín Adán (2006) en la editorial Huerga y Fierro.
Eva María Valero dictará el seminario “Literatura y espacio urbano: tópicos y lecturas”. Para postular ingresar a este enlace.