Por Ricardo Flores Sarmiento
El amor es uno de los temas universales en la literatura y ha servido de inspiración para narradores, poetas y dramaturgos. En la diversa y vasta tradición literaria peruana este sentimiento ha sido ampliamente abordado. En la poesía está presente desde diversas perspectivas, algunas de ellas se muestran en el ciclo El amor y sus dimensiones en la poesía peruana, organizado por nuestra biblioteca Mario Vargas Llosa.
Si bien la poesía es el género que más lo ha representado, no es el único. En la narrativa también está presente. En la obra de teatro Ollantay u Ollanta, que data del siglo XIX, se aborda el amor prohibido de un general del Anti Suyo por la hija del Inca. Una relación que los lleva a la guerra.
A lo largo de los años se ha ido planteando desde diversas aristas, a través de los fragmentos de la obra de teatro y los relatos seleccionados podemos acceder a una pequeña muestra de esta pluralidad de registros narrativos, así como ver pincelazos desde el contexto donde se escribieron. El más antiguo es del siglo XIX y el más reciente de la primera década del nuevo milenio.
La selección no solo hace un recorrido por el tiempo, sino también por las diversas regiones del país, así como de las diferentes etapas de la vida: la niñez, la adolescencia o la adultez. Algunos de los temas que abordan estos fragmentos son el desamor, la alegría, la ilusión, el enamoramiento, la ternura, la obsesión, el terror y dolor.
Entre los autores presentas están Clorinda Matto de Turner, Clemente Palma, Abraham Valdelomar, Lastenia Larriva de Llona, José María Arguedas, Oswaldo Reynoso, Cota Carvallo, Luis Loayza, Carlos Eduardo Zavaleta, Rosa Cerna Guardia y Óscar Colchado, además, de los escritores más actuales como Arnaldo Panaifo Teixeira, Pilar Dughi y Julie de Trazegnies.
Sobre los fragmentos seleccionados
En la presente selección de textos hay historias de amor prohibido como la antes mencionada obra de teatro Ollanta, así como la jocosa tradición “El fraile no, pero sí la peluca”, donde fray Miguel mantiene una relación amorosa.
Hay historias con un trasfondo de terror y horror como “Los ojos de Lina”, donde un hombre enamorado de su prometida no soporta su mirada, o en “Inexplicable”, relato en cual la obsesión traspasa la muerte. La fantasía y lo real maravilloso están retratados en los cuentos “El pájaro dorado o la mujer que vivía bajo el árbol del pan” y Julia Zumba, la nodriza reina. En el primero, una mujer da todo por salvar a su marido de un embrujo y en el segundo la obsesión y magia enmarcan la relación de Julia y Gumercindo.
El amor en la niñez y adolescencia es uno de los temas recurrente en los cuentos como es el caso de “El vuelo de los cóndores”, “Warma kuyay”, “Colorete”, “Kuya kuya” y “Eclipse de una muchacha”. Ellos están llenos de ilusión y recuerdos.
“Romance de Mariola y Telepacho” presenta el amor de dos personas que para su entorno estaban destinados a la soledad. La ingenuidad llevada por la presión de la familia y amigos, llevan a ilusionar con un hombre desconocido a la protagonista de “Dime, sí”; en “La segunda juventud”, un hombre se encuentra con su primer amor; y en “Sin retorno”, una pareja intenta salvar su relación tras la muerte de su hija . Todos estos relatos miran al amor desde distintos puntos de vista, los invitamos a conocer y acercarse a estas obras.
Selección de fragmentos
OLLANTA.- De una vez te revelaré, Gran Padre, que he errado. Sépalo ahora, ya que me has sorprendido en esto solo. El lazo que me enreda es grande; estoy muy pronto para ahorcarme con él, aun cuando sea trenzado de oro. Este crimen sin igual será mi verdugo. Sí; Cusi Ccoyllur es mi esposa, estoy enlazado con ella: soy ya de su sangre y de su linaje como su madre lo sabe. Ayúdame a hablar a nuestro Inca: condúceme para que me de a Ccoyllur: la pediré con todas mis fuerzas: preséntame aunque se vuelva furioso, aunque me desprecie, no siendo de la sangre real. Que vea mi infancia, tal vez ella será defectuosa; que mire mis tropiezos y cuente mis pasos; que contemple mis armas que han humillado a mis plantas a millares de valientes.
Ollanta o los rigores de un padre y la generosidad de un rey. Versión en tres actos. Anónimo. Traducción de Sebastián Barranca (1868). Puedes leerlo completo aquí.
Miguel tuvo que resignarse al decreto de la reina de su corazón y como era difícil disfrazar aquella parte de la corona, se mandó a hacer una peluca, que peinada con cuidado y esmero le quitaba de la cara todo aquel viso desagradable para Juanita.
Así y así, vivieron un año en tiernos arrullos, enamorados, sin que nadie hubiese llegado a sospechar siquiera las frecuentes deserciones que tenía del convento nuestro hábil aventurero, hasta que un incidente tenido por los amantes vino a sacudir el polvo del secreto tanto tiempo oculto.
Juanita llevaba un heredero producto de las habilidades de fray Miguel; su madre lo descubrió merced a su mirada investigadora y maliciosa, comunicóle a su marido y ambos se pusieron en acecho.
“El fraile no, pero sí la peluca” (1876) del libro Tradiciones cuzqueñas, de Clorinda Matto de Turner (1852-1909). Puedes leer la tradición completa en la Pág. 199 de su libro (descargue aquí).
Al fin, rendido, dormía, y las miradas de Lina llenaban mí sueño de redes que se apretaban y me estrangulaban el alma. ¿Qué hacer? Formé mil planes; pero no sé si por orgullo, amor, o por una noción del deber muy grabada en mí espíritu, jamás pensé en renunciar a Lina. El día en que la pedí, Lina estuvo contentísima. ¡Oh, cómo brillaban sus ojos y qué endiabladamente! La estreché en mis brazos delirantes de amor, y al besar sus labios sangrientos y tibios tuve que cerrar los ojos casi desvanecido.
“Los ojos de Lina” del libro Cuentos malévolos (1904), de Clemente Palma (1872-1946).
Me quedé mirándola largo rato. La niña levantó hacia mí los ojos y me miró dulcemente. ¡Cuán enferma debería estar! Seguí a la Escuela y por la tarde volví a pasar por la casa. Allí estaba la enfermita, sola. La miré cariñosamente desde la orilla; esta vez la enferma sonrió, sonrió. ¡Ah, quién pudiera ir a su lado a consolarla! Volví al otro día, y al otro, y así durante ocho días. Éramos como amigos. Yo me acercaba a la baranda de la terraza, pero no hablábamos. Siempre nos sonreíamos mudos y yo estaba mucho tiempo a su lado.
“El vuelo de los cóndores” (1914), de Abraham Valdelomar (1888-1919).
El mal físico de que sufría Pasión iba agravándose de día en día y tanto por amor como por piedad soportaba Esteban pacientemente el martirio que le infligía su compañera.
—Júrame que no te volverás a casar cuando yo me muera —le decía Pasión. Y él juraba, íntimamente convencido de que así había de ser, no por el respeto que le inspirara ese juramento sino porque su corazón le decía que no se ama dos veces en la vida.
—Es que yo no consentiré en que tengas otra esposa —le dijo aquélla la víspera de su muerte, hablando con esa lucidez que conservan los tísicos hasta el último instante de su existencia.
—No me casaré, no —le contestaba el afligido Esteban, entre sollozos—. Tu recuerdo bastará para llenar todas las horas que me resten de vida.
“Inexplicable” del libro Cuentos (1919), de Lastenia Larriva de Llona (1848-1924).
Los cholos se habían parado en círculo y Justina cantaba al medio. En el patio inmenso, inmóviles sobre el empedrado, los indios se veían como estacas de tender cueros.
—Ese puntito negro que está al medio es Justina. Y yo la quiero, mi corazón tiembla cuando ella se ríe, llora cuando sus ojos miran al Kutu. ¿Por qué, pues, me muero por ese puntito negro?
“Warma kuyay” del libro Agua (1935), de José María Arguedas (1911-1969). Puedes leerlo aquí.
9 de la noche. Cantina del japonés. En la radiola la guaracha: “Marina”.
(Estoy enamorado de Marina
una muchacha bella alabastrina
como ella no hace caso de mis cuitas
y yo me vuelvo loco por su amor).
Humo. Luz naranja y guaracha. Cubiletes y cebada para todos. ¡Ay Juanita, Juanita, Juanita! Estoy enamorado de Juanita. Una muchacha bella alabastrina. ¿Qué será alabastrina?
(El día que la encuentre sola, sola
entonces le diré lo que la quiero).
Es su fiesta. Su cumpleaños. Y esta noche sin falta le caigo. De todas maneras. Sin pierde. Es su fiesta.
(Y por un beso que pondré en su boca
sabrá que yo la quiero de verdad).
Bailaré con ella. Solo. Solo. Y no podrá decir que no. ¿Quieres ser mi gila? Bueno. Beso. Sí.
“Colorete” del libro Los inocentes (1961), de Oswaldo Reynoso (1931-2016).
Aquella noche salió otra vez la luna llena. La joven tomó el recipiente en donde guardaba el agua maravillosa y echó unas gotas sobre la cabeza del pájaro. Poco después su esposo recobraba la apariencia humana hasta los hombros. La cabeza era siempre la de una ave.
—Esposa mía —le dijo—. Tendremos que esperar hasta la próxima luna, para que mi rostro vuelva a ser el de antes.
—¡No importa! —respondió ella—. Yo te querré siempre igual…
Él la miró conmovido.
—¿En dónde están tus largas trenzas? ¿Qué has hecho de tu linda mano?
—Las di para que me ayudaran a encontrarte —respondió ella.
Y el esposo suspiró con tristeza.
“El pájaro dorado o la mujer que vivía bajo el árbol del pan” del libro El arbolito y otros cuentos (1962), de Cota Carvallo (1909-1980).
Quien se enamoró de Graciela fui yo, después de conocerla tantos años. Una tarde, mientras esperábamos a su padre, me incliné para leer algo sobre su hombro y, casi sin querer, como en broma, la besé en el cuello. Mi amor fue limeño, mortecino y desesperado como la garúa, y creo que ella sentía por mí una pequeña pasión. En la casa debíamos disimular pues yo estaba seguro, y no me equivocaba, que a sus padres les haría muy poca gracia que alguien como yo, que no tenía un céntimo y ni siquiera había acabado la carrera, se llevase a la hija. Me tenían mucha simpatía pero Graciela podía esperar mejores partidos. Yo estaba de acuerdo con ellos…
“La segunda juventud” del libro Otras tardes (1985), de Luis Loayza (1934-2018).
¿Verdad, Floria, te vas a Huaylas? Calladita te quedaste, haciéndote la que no me oías, molesta. Después todavía te dio la gana de abrir tu boca, ¿Yo acaso te he dicho que vengas a ayudarme?, dijiste mirándome medio de costado. ¡Pucha!, no supe si largarme o echarme ese ratito a llorar. Finalmente, pasando mis salivas con dificultad por mi garganta, te dije, Por la Virgen, Floria, no te vayas; harto mi corazón va a sufrir por ti, yo te quiero mucho… ¡A pucha!, te pusiste coloradaza, como qué será, hasta tus orejas, ¡achic!, se transparentaron con la luz del sol. Y si hubieras volteado a verme, me hubieras visto más rojo todavía. Yo también feo me avergoncé de lo que te dije.
“Kuya kuya” del libro Cordillera Negra (1985), de Óscar Colchado (1947).
Bajamos con las narices pintadas, de payaso, y yo cargando la bolsa de muestras de piedras para Olga, las semillas que escogió, las flores silvestres que llevé acompañándola hasta su casa, no lejos de las grandes palmeras que habíamos visto desde arriba.
Desde entonces iba a verla por las tardes, cuando el sol moría y jugábamos en la galería haciendo figuras con una rueda de hilo que enganchábamos en los dedos. y así nuestra piel se besaba. sus ojos verdosos y dormidos iban desapareciendo poco a poco, al
anochecer, y su risa fresca y de dientes llenos impedían despedirme, así supiera yo que papá iba a cruzarme de latigazos si llegaba tarde a comer.
“Eclipse de una muchacha” del libro Unas cuantas ilusiones (1986), de Carlos Eduardo Zavaleta (1928-2011).
Julia Zumba, en cambio, sintió aferrar su vida a la de Gumercindo. Se sintió poseída por una rara sensación que le obligaba a recordarlo a cada instante; desde el momento que cruzó el «Tigre» hasta ahora que en zona neutral permanecía pensativa y lejana, tan lejana como la vida y tan cercana como la muerte que quiso correr odiando al curaca de la tribu, para decirle a Gumercindo Talexio: «Eres mi hombre». Y dejarse arrastrar a ese mundo que al principio temió y que ahora le daba una seguridad hasta cierto punto malévola porque sabía que le serviría a sus requerimientos.
Julia Zumba, la nodriza reina (1991), de Arnaldo Panaifo Teixeira (1948-2005). Puedes leerlo completo en la Pág. 67 de la antología Allí donde canta el viento (descargue aquí).
Quiso el Dios de la vida, del amor, la alegría y la esperanza que Mariola y Telepacho se conocieran en la fiesta de San Jerónimo. Y, ¡ya está! amor a primera vista y quedaron prendados uno del otro. Ninguno notó sus defectos. El ángel de la flecha de oro, que está en todas partes, ensartó sus corazones. Hacían buena pareja.
Eran tal para cual, porque así es el amor cuando llega: es ciego.
“Romance de Mariola y Telepacho” del libro Flor de cuentos (1993), de Rosa Cerna Guardia (1926-2012).
En el transcurso del intercambio postal, el tono de ambos se fue haciendo cada vez más íntimo. Se contaron sus respectivas historias afectivas, sus ilusiones y las decepciones de sus vidas. Aunque no hablaron del futuro, era implícito que el primer encuentro sería tal vez determinante. Seguían hablando de una buena amistad, del mutuo interés, del deseo de por fin conocerse, pero de ahí no pasaba ninguno de los dos. Ella hubiera preferido que él fuese más decidido, pero luego se alegraba de verlo tan prudente y cuidadoso.
“Dime sí” de la versión del libro La horda primitiva (2008), de Pilar Dughi (1956-2006).
Durante los dos días siguientes logramos desconectarnos de nuestros problemas. Paseamos por la calle cogidos de la mano, rebuscamos las escasas librerías de la ciudad en perfecta sintonía, y tuvimos largas conversaciones en los diferentes cafés que visitamos, evitando cualquier tema que pudiera despertar a los monstruos que llevábamos dentro. Pero ambos sabíamos que esa armonía aparente no era sostenible. El dolor que cargábamos tenía que salir, teníamos que compartirlo si queríamos construir algo duradero. Fingir otra cosa era absurdo.
“Sin retorno” del libro Maldita sea (2008), de Julie de Trazegnies (1973-2015).