Por Ricardo Flores Sarmiento
La Navidad, una de las festividades religiosas y culturales más importantes en nuestro país, no ha sido ajena a la literatura peruana. El autor nacional Alberto Tauro del Pino (1914-1994) realizó la antología Navidad en la literatura peruana (1948), libro que reúne cuentos, poemas y crónicas de autores nacionales que abordaron esta celebración en el siglo XIX e inicios del siglo XX.
Las páginas de este libro reúne a autores como Abraham Valdelomar, Martín Adán, Angélica Palma, Ricardo Palma y José Carlos Mariátegui, quienes nos ofrecen una mirada personal de esta celebración. “Navidad proporciona a la literatura peruana un venero de sugerencias que la sensibilidad vincula con la vida familiar, o una veta que incita a la evocación tradicional. Débil es, en cambio, la exégesis doctrinaria”, comenta Alberto Tauro del Pino.
Hay otras antologías sobre esta festividad en la literatura peruana como Navidad (1952), editada por Edmundo Cornejo U. y Jorge Falcón. En ella se reúnen poemas, villancicos y relatos sobre esta celebración. Podemos encontrar en sus páginas a escritores como Juan Parra del Riego y Alejandro Romualdo Valle, quienes realizan evocaciones personales de la Navidad. Ambos toman el recuerdo familiar y la presencia materna en esta festividad. Parra del Riego en “Noche buena mágica”:
[…]Te acuerdas, oh, madre, de la noche-buena
tan sentimental?
Yo aún miro la cena,
los hilos de plata que el árbol llovía.
Dios era en la casa
el buen campanero de aquella alegría.[…]
Sí bien nos hemos basado en estas antologías para realizar una selección de cuentos y poemas, también hay autores que no están presentes en esos libros y que a través de sus sensibilidades han podido acercarse a esta celebración. Este es el caso de autores contemporáneos como el poeta José Watanabe con “La natividad”, donde parte de la religión cristiana y a través de los versos evoca el sufrimiento que le espera al recién nacido.
[…] Tu madre,
muchacha todavía sorprendida
por Ti, no cantó
una canción de cuna. Mirándote
solo murmuró inacabablemente:
es espantoso esperar de Él
lo que esperan.
La poeta Giovanna Pollarolo con “El principio”, donde el yo poético rememora la Navidad a través de un regalo, que es el presagio del fin de una historia de amor.
Esa navidad le regalé una almohada.
Una almohada no es más que eso: un regalo.
Pudo haber sido un libro
una corbata, un perfume, un reloj. Pero le regalé
una almohada.
Esa navidad él me contó
que yo ya no estaba en sus sueños:
había visto muchas puertas y oscuros callejones.[…]
En la presente selección encontrarán a poetas como César Vallejo, Martín Adán, Abraham Valdelomar, mientras que en la narrativa están autores como Angélica Palma, Cota Carvallo o Eleodoro Vargas Vicuña. Todos ellos han abordado esta festividad tocando diversas aristas que van desde el evento religioso, las relaciones familiares o la mirada íntima y personal de este momento del año.
Selección de cuentos
“La suerte de los juguetes”, de Angélica Palma. De la edición Navidad en la literatura peruana (Lima: Editorial Huascarán S.A., 1948)
“Cuento de Navidad”, de Enrique A. Carillo. De la edición Navidad en la literatura peruana (Lima: Editorial Huascarán S.A., 1948)
“Las pascuas de Papa Noel”, de Hildebrando Castro Pozo. De la edición Navidad (Lima: Instituto Peruano de Bibliografía, 1955)
“La Pascualina”, de Eleodoro Vargas Vicuña. De Taita Cristo (Lima: Municipalidad de Lima Metropolitana, 1986)
“La nochebuena de Jacinto”, de Cota Carvallo de Núñez. De Urpi N°1, suplemento Infantil de La Prensa. (Lima, 1974)
Selección de poemas
El hermano ausente en la cena de Pascua
Abraham Valdelomar
La misma mesa antigua y holgada, de nogal,
y sobre ella la misma blancura del mantel
y los cuadros de caza de anónimo pincel
y la oscura alacena, todo, todo está igual…
Hay un sitio vacío en la mesa hacia el cual
mi madre tiende a veces su mirada de miel
y se musita el nombre del ausente; pero él
hoy no vendrá a sentarse en la mesa pascual.
La misma criada pone, sin dejarse sentir,
la suculenta vianda y el plácido manjar;
pero no hay la alegría ni el afán de reír
que animaran antaño la cena familiar;
y mi madre que acaso algo quiere decir,
ve el lugar del ausente y se pone a llorar…
Nochebuena
César Vallejo
Al callar la orquesta, pasean veladas
sombras femeninas bajo los ramajes,
por cuya hojarasca se filtran heladas
quimeras de luna, pálidos celajes.
Hay labios que lloran arias olvidadas,
grandes lirios fingen los ebúmeos trajes.
Charlas y sonrisas en locas bandadas
perfuman de seda los rudos boscajes.
Espero que ría la luz de tu vuelta;
y en la epifanía de tu forma esbelta
cantará la fiesta en oro mayor.
Balarán mis versos en tu predio entonces,
canturreando en todos sus místicos bronces
que ha nacido el niño-Jesús de tu amor.
Cuento de Navidad
José Santos Chocano
¡Con qué vileza bulle la clara fantasía
de los niños! ¡Oh, noches aladas del hogar!…
La ventana está abierta; y hay una luna fría
que sobre un gran silencio deshoja su azahar.
Una niña y un niño mueven sus locas manos
en el álbum de estampas: la abuela, que los mira
con unos ojos que hablan de los tiempos lejanos,
les conversa con una palabra que suspira…
El fonógrafo llena con una serenata
melosa el gran sosiego de esta noche de plata;
y, en el atormentado cilindro, una voz suena,
y al fin va poco a poco muriéndose de pena…
Los niños, luego, desde la ventana asomados,
ven las calles, las torres y la luna de cera;
un gato a la carrera pasa por los tejados,
cual si fuese un ovillo que se desenvolviera…
La abuela, con palabras que parecen lamentos,
cuenta a sus nietecitos historias como cuentos:
ya es el audaz pirata que en la crujiente popa,
en pie, busca y vigila, con su hacha de abordaje,
el galeón que lleva de las indias a Europa,
el codiciado y fácil oro del coloniaje:
a veces pone proa resuelta hacia algún puerto,
donde una fortaleza sobre un peñón desierto
inútilmente hostiga la noche con sus luces;
y hay relámpagos de hachas y truenos de arcabuces
y hay explosión de retos y extorsión de querellas…
Ya es el avaro exangüe que, en un rincón callado
de su mísera alcoba, por la noche, ha cavado,
sin que nadie lo sepa, lugar para el tesoro
de talegos preñados con las onzas de oro:
muere el viejo; y los meses se escapan; pero un día
su alma torna a tal sitio como a purgar sus penas,
y, durante las noches, en la alcoba sombría
hay un rumor de ergástula henchida de cadenas…
Los nietos, que en la anciana tiene fijos los ojos,
piensa en el tormento de pesados cerrojos,
en la llave que chilla dentro de la cerradura,
en la angustia saliente de largos pasadizos,
en el ruido de la puerta que hay en la noche oscura,
en la vieja vecina que hace ensalmos y hechizos;
y, con el alma llena de medrosas visiones,
cuando al fin se retiran a dormir, ven los techos
por si entraron vampiros, husmean los rincones
y, antes de arrodillarse y hacer sus oraciones,
buscan a los ladrones debajo de los techos…
Sueñan… La niña que se encuentra el tesoro
de talegos preñados con las onzas de oro;
y el niño, que es pirata, que asalta y degüella,
y que en un puerto un día se roba una doncella…
Noche buena mágica
Juan Parra del Riego
¡Noche buena mágica! ¡Emoción! ¡Juguetes!
Calles populares vibrantes de amores,
largas estocadas de luz en los cohetes
que arriba son pájaros de alas de colores;
Mientras, jardinero
de su árbol sonoro
baja el campanero
por cada repique cien frutas de oro.
Pero yo al rotundo son de esas campanas
siento que despiértase el de otras lejanas
campanas dormidas en mi corazón;
y, entonces, me veo
de la mano de alguien que era mi recreo
hace quince años, por otro paseo
que hacía fantástico la iluminación.
Era en Lima, la áurea ciudad colonial…
Te acuerdas, oh, madre, de la noche-buena
tan sentimental?
Yo aún miro la cena,
los hilos de plata que el árbol llovía.
Dios era en la casa
el buen campanero de aquella alegría.
A las doce pasa —
el rey Baltasar— decía tu voz.
Los hermanos se iban con azul quimera,
pero yo esa noche sabía quién era,
ese galopante Rey Mago de Dios.
Más hoy estás lejos… tal vez subiendo una
cuesta que es cansancio, fatiga y tristeza,
blanco, blanca, blanca, como si la luna
te hubiese besado, sobre la cabeza.
Me cierro los ojos por verte mejor.
Y, entonces, quisiera,
es tanto el dolor,
irme hasta tu lado de una gran carrera…
No sé cómo estás…
Si eres abuelita de plata del cuento,
o la que madruga al repique vivaz
para oír con los pájaros misa de convento;
o, si todavía
desde la ventana que miraba al puerto
como cierto día
sigues la humareda de algún barco incierto.
Fue injusta la vida
te acuerdas?, tuvimos que irnos a luchar
todos los hermanos de esa despedida:
unos por la tierra y otros por el mar.
Pero espera… espera…
No en vano yo he roto desde la trinchera
recosida a tiros de mi corazón
la pólvora loca de mi primavera
(¡Mi canto es la flecha de un arco en tensión!
Por eso en la erguida
voluntad de mi alma sé que volveré;
y que entonces, madre, con toda mi vida
con toda mi sangre te defenderé.
Venceré la muerte,
conquistaré el oro,
y como la clara tarde en que me fui,
joven, puro, fuerte,
por el mar sonoro
volveré cantando después hasta ti.
Navidad
Martín Adán
Tus ojos
unen las manos
como las madonas
de Leonardo.
los bosques de ocaso,
las frondas moradas
de un Renacimiento sombrío
El rebaño del mar
bala a la gruta
del cielo, llena de ángeles.
Dios se encarna
en un niño que busca los juguetes
de tus manos.
Tus labios
dan el calor que niegan
la vaca y el asno.
Y en la penumbra,
tu cabellera mulle sus pajas
para Dios Niño.
Pascua personal
Alejandro Romualdo Valle
Amo la Navidad y sus zapatos llenos de inocencia,
el nacimiento que hiciera, adoradora,
la mano de mi madre,
el fervoroso pino, luminoso de ángeles
y el santo pan de dulce.
Amo la noche que nos devuelve celestes alfabetos
y nos hace pequeños serafines con bonete.
Pidiera yo esta noche, como tantas,
algo que me hace falta, que he pedido
desde el primer día en que bajamos la mirada.
Amo la Navidad porque renazco,
me unjo cuarto rey
y voy camino del Belén que busco.
Nochemala
Nicomedes Santa Cruz
A LOS 59 MINEROS MUERTOS POR LA NEGLIGENCIA DE UN INGENIERO NORTEAMERICANO
EN GOYLLARISQUISGA. CERRO DE PASCO. PERÚ. DIC., 1964.
Pastores, venid, venid
al profundo socavón
donde dormita el carbón
con sueño de siglos mil.
Pastores, seguid, seguid
vuestro lucero en la frente
Cantadle al negro silente
que bajo tierra dormita
un huayno de dinamita
y que la veta despierte.
Venid, venid pastorcillos,
venid, venid comuneros,
huancas de los ventisqueros
ex reyes de soles fríos.
Dejad los flacos sembríos,
dejad la flácida llama.
Si la tierra ya no os ama,
si os desprecia el gordo mundo
hundíos en el profundo
vientre de la Pachamama.
Por los negros socavones
del ombligo de la roca
bajaron chacchando coca
y tosiendo sin pulmones. Setentaicuatro explosiones
sacudieron al Perú,
y estimulando el grisú
por el traidor gas metano
cincuentainueve peruanos
hallaron negro ataúd…
¡Pastores, salid, salid
del profundo socavón
donde crepita el carbón
con fuego de grados mil…!
Rotos de frente y perfil
negra muerte los iguala,
y en la trágica antesala
de una “Feliz Navidad”
hay guaguas, que en orfandad
sollozan su Nochemala…
Navidad del ausente
Sebastián Salazar Bondy
Yo sé que allá, a esta hora, alguien
habrá desempolvado el pino pascual de la infancia
y encenderá las falsas estrellas de su copa.
Y sé que alguien bebe y oscila
al mortecino compás de un vals peruano
agitando el orden familiar de diciembre.
Estará servida la mesa y en torno a ella
las cabezas no se volverán para ver cómo llego
hasta el convite y tomo mi puesto de hijo mayor,
y canto, y me embriago, y rompo el silencio
con algo más ardiente que una tarjeta postal.
Les diré: «Feliz Navidad», como si les dijera:
«Retorno siempre», porque amo esa paciente quietud
donde el tiempo sin prisa labra pausadamente
la dicha en el envés oculto de la penuria.
Yo sé que allá, a esta hora, alguien
como un ave a mi encuentro remonta las distancias
y me recibe alegre, alegre.