Arturo Corcuera recuerda a Carmen Luz Bejarano

Poeta Arturo Corcuera en la inauguración de la muestra a Carmen Luz Bejarano, a su derecha, la escritora Maritza Núñez, hija de Carmen Luz.

Con motivo de la exposición sobre Carmen Luz Bejarano que se llevó a cabo en la Casa de la Literatura Peruana, el poeta Arturo Corcuera, quien estuvo presente en la inauguración, compartió con los asistentes este emotivo texto: 

“Conozco a Carmen Luz Bejarano desde comienzos del sesenta, cuando nos pasábamos la vida en San Marcos. Además de estudios, compartíamos lecturas, paseos, tertulias y largas horas de ocio alrededor de la Pila de Letras, como también de ese ocio creador que constituye la negación del negocio, tan ejercido y venerado en estos tiempos de globalización y de economía de mercado.

          Éramos jóvenes y bellos (la juventud siempre es bella) como lo es hasta hoy nuestro corazón lleno de sueños. Queríamos entonces cambiar el mundo con nuestro canto (ideal que no declina). Habitábamos los claustros reformistas una bandada de poetas soñadores, entre los que sobresalían, junto a Carmen Luz, César Calvo, Reynaldo Naranjo, Mario Razetto, Pedro Gory, Pedro Morote y Federico García, quien después se inclinaría por el cine.

          Un tanto expectante se mantenían cerca Rodolfo Hinostroza y Carlos Henderson. Nos embargaba a todos el sentimiento de la solidaridad, de la paz, de la justicia, y estábamos decididos a entregarlo todo a favor de la felicidad humana. Javier Heraud, quien más adelante vendría de la Católica a San Marcos, personificó y se inmoló en ese sueño.

          Vivíamos en permanente estado de poesía. Respirábamos de poesía, no hablábamos de otra cosa, no leíamos otros libros, no escribíamos sino poesía que circulaba entre nosotros de mano en mano. Recuerdo los poemas de Carmen Luz, firmados, en un principio, por Gelsomina, los cuales César calvo divulgaba entre los amigos, provocando la ansiedad por conocer la identidad de la autora que César ocultaba celosamente. Un día él mismo se encargaría de descorrer el velo del misterio.

          Veo a Gelsomina en el Patio, Gelsomina en el Salón Blanco, Gelsomina en el Parque Universitario, Gelsomina en el Salón de Grados recitando. La veo con nosotros en interminables caminatas al mar o a la ciudad de Trujillo, donde Carmen Luz fue distinguida junto con Calvo, Heraud y Razetto en el concurso de poesía El Poeta Joven, premio instituido por mi hermano Marco Antonio, hoy fatigado y callado en su lecho doliente. Lo mismo podemos decir de Carmen Luz, cuya salud también se halla quebrantada. Me vienen a la memoria unos versos de su libro Giramor: “Mi sombra se proyecta / sobre los muros / como un paisaje triste”. (Que los ángeles de la poesía les devuelva la fuerza para que continúen embelleciendo el mundo con su palabra.)

          Por esos años, en San Marcos, recibiría Carmen Luz los elogios de Alberto Escobar. El ojo del riguroso crítico y admirado maestro diría que los versos más logrados semejaban parábolas. Y semeja también, digo yo, una parábola su actitud de recogimiento en el trabajo poético. Escribe en silencio, sin prisa, sin ruidos innecesarios, sin aspavientos arrogantes. Ella es un ejemplo de entrega a la poesía y de poesía que se entrega desde el primer instante. Años atrás, la recordada Magda Portal saludó también la voz de su joven colega y la nombró destacadamente en una ponencia que presentó en la ciudad de Ottawa titulada “La poesía femenina latinoamericana”.

[…] Su libro Existencia en poesía, publicado hace poco, reúne su obra escrita de 1961 a 1999, poesía íntima, modelada pacientemente, con la sencilla humildad de quien se siente en su espléndida madurez”.


1 Artículo publicado en El Peruano el 1º de junio de 2001