El jueves 26 de abril el escritor ancashino Óscar Colchado Lucio recibió el Premio Casa de la Literatura 2018. A continuación compartimos el discurso que leyó el investigador literario, Mauro Mamani durante la ceremonia.
Por Mauro Mamani Macedo, Universidad Nacional Mayor de San Marcos
Existen premios que prestigian a los escritores, pero también hay escritores que honran a los premios; en este caso hay una confluencia de fulgores. Un premio notable para un escritor notabilísimo. Cuando se me encargó la valoración de la vida y obra de Óscar Colchado, busqué una palabra que pueda expresar la inmensidad de lo que significa para la literatura peruana y latinoamericana, y encontré varias: maestro, editor, poeta, novelista, antologador, ensayista, amigo, wawqiycha. Esto ocurre cuando un hombre talentoso crece con modestia, mientras contempla en silencio el deslumbrante paso de sus obras. Huallanca fue el pueblo que lo vio aparecer, desde entonces no ha dejado de caminar: viajó a Huayllabamba; luego a Chimbote, donde tiene un encuentro mágico con el mar y realiza sus estudios básicos, funda el grupo Isla Blanca, publica la revista Alborada, luego se forma para profesor de lengua y literatura. En 1983, decidió vivir en Lima.
Este es el trazo de sus caminos de residencia, porque Colchado viaja intensamente al interior del país: lo vemos en Puno, al pie del lago Titicaca, hablando sobre su novela Hombres de mar; en Cusco, contando cómo se le prendió la idea de escribir Rosa Cuchillo; en Arequipa, relatando el encuentro con el Cholito de los andes mágicos, el de carne y hueso, que ahora debe ser mayor. También viaja al exterior: Brasil, México, Alemania, donde transmite el valor de nuestras culturas. Colchado es un puriq, un hombre que camina. Sus libros tienen la misma estirpe, ingresan a las alejadas escuelas de los andes o a las polvorientas aulas de la costa, donde sus historias enternecen o cargan el coraje a los niños, porque en esa edad se siembra el sentimiento y la idea. También cruzan fronteras, como el Cholito que llega a los Alpes para establecer un diálogo de mundos. Sus personajes tienen un caballo de viento para recorrer los andes o un caballito de totora para cruzar mares, o un perrito wayra que los guía por las sendas de la muerte.
Óscar Colchado Lucio es un escritor imprescindible de la literatura latinoamericana contemporánea, como afirma Gonzalo Espino. Es un autor que se ha instalado en la memoria del pueblo. Sus personajes conviven con lo cotidiano y acompañan nuestras acciones. Sus historias, como los antiguos cuentos populares, viajan de boca en boca.
Su proyecto literario es vasto y comprende diversos géneros. Su referente fundamental es el ande, porque con su obra muestra el rostro plural del Perú. Si bien su trabajo literario ha logrado configurar una “visión andina” sobre la realidad peruana, en textos recientes su visión se amplía, ya que sus obras muestran con profundidad y lucidez las “sendas de la memoria cultural” peruana, una literatura plural atravesada por múltiples sensibilidades para un país diverso.
La ruta temática que más explora en sus narraciones es la secuencia de las rebeliones de los pueblos, en donde muestra un sustrato mítico que revela conocimiento de su cosmovisión, principalmente andina. Confronta las ideologías modernas con las formas ancestrales de organizar y sentir el mundo; así, pueden existir protestas sociales impulsadas por doctrinas occidentales, pero también gestaciones de pachakutis, vueltas de mundo. Por eso, en su literatura hay líderes sociales que, con sus programas ideológicos, convocan, organizan y actúan; pero también existen voces que anuncian la llegada del Inkarri, ese ser mítico que une sus partes bajo la tierra para retornar y acomodar este mundo asimétrico y hacer que la vida sea realmente vida. En un sincretismo religioso, sus personajes imploran justicia al Tayta Mayu o al Wiracocha para limpiar la tristeza de su rostro, porque “diospay pues eres/no runallán”, así le recuerdan a su Dios andino.
En su literatura, se representa los conflictos socioculturales, como la huelga de maestros y pescadores en Chimbote; la guerra interna, la memoria de desastres en los andes bañados en sangre, donde el pueblo quechua es acribillado por dos cañones; los acontecimientos históricos, como la rebelión de Atusparia contra los blancos abusivos; los sincretismos mítico-religiosos, como la fuerza de los wamanis, wayras, taita Jesucristo, wiracocha o condenados que no descansan en paz. Además, los amores difíciles, pero no imposibles, porque allí está el polvito del Tuktupillin que embruja corazones; las costumbres de los pueblos, como los carnavales donde se danza con desenfreno y surgen los amores verdaderos. Todo ello muestra una realidad heterogénea que tiene en el referente andino su pulsación creativa, porque sus personajes parten del ande y arriban a ciudades, como en “Este Lima”, título de uno de sus poemas. Por esta razón, su literatura da cuenta de un universo sociocultural altamente refractado por los sucesivos impactos culturales que han sufrido nuestras ancestrales culturas, realidad desde la que emergen discursos heterogéneos, por ello su lenguaje es hibrido y popular. Sus libros-mar-pampa están cargados de tierra, de fantasmas, de aparecidos, de brillos seductores que hacen perder la razón —como en Hombres de mar, donde el resplandor del oro pierde a los hombres como encanto de muerte—. Además, su prolífica y diversa producción revela una suerte de macrocomposición o “textualidad”, una verdadera obra en movimiento que engarzada diversas ramas que evidencia la continuidad de temas, lenguajes, personajes, formas de pensamiento y visiones de mundo que bullen en sus textos. Topográficamente, sus obras van cubriendo el territorio del Perú como esa nube que trae lluvias para que germine la vida. Por ello, su literatura es como esa luz esperada que avanza al amanecer y retorna a la vida ríos, árboles, animales, campos, caminos, pueblos y su gente madrugadora.
De este modo, su relevancia radica en la configuración de un proyecto literario en diversos matices, pero único en cuanto a la postura estético-ideológica de reivindicación del imaginario peruano a través de la materialidad discursiva que exhibe en sus representaciones; en este sentido, sus personajes tienen sueños de libertad y luchan por ella con brazo y voz, tienen sed de justicia y abren los caminos para encontrarla, tienen hambre y sueña con trigales maduros, sienten soledad en su corazón y cruzan mares para encontrar a la amada cuya belleza fulgura en la otra orilla.
La propuesta literaria de Colchado es crítica, puesto que evidencia constantemente la problemática de la modernidad de la realidad peruana, signada por la desigualdad, el conflicto identitario, la marginación, la discriminación, el subdesarrollo y la violencia; ya que a veces se necesita sentir el duro mundo en el corazón para revelarlo con todo su poder y complejidad, o sentir el estallido de colores y felicidades en el mismo corazón para pintar de alegría las páginas que escribe. Este es el arte de narrar de Colchado: un estallido estético de júbilo y contrariedad. Precisemos algunos campos donde despliega sus acciones o desborda su imaginación.
Como editor, Colchado pertenece a la estirpe de esos grandes hombres generosos que no solo miran su obra, sino valoran y difunden la obra de otros escritores; ya sea a través de la revista que dirigió o mediante antologías o libros de compilación como: ¿Qué piensan? ¿Qué dicen? (2014), que reúne entrevistas a escritores ancashinos, como un aquelarre selecto, pero no solo fija la palabra oral, sino que presenta una muestra de su producción para beneficio de sus lectores. Entonces, no solo novela sobre su mundo, sino que reflexiona sobre sus escritores y promueve su conocimiento. Este es el corazón agradecido de Colchado con su tierra. También están sus antologías de cuentos: Cuentos peruanos 1. Costa, Sierra y selva (2007), Cuentos hispanoamericanos. Antología didáctica (2007), en donde podemos advertir el criterio, la sensibilidad y el justo valor al momento de elegir los textos, porque a través de esta selección uno puede imaginar al Perú y Latinoamérica. Subyacente toda su idea matriz de acercarnos, conocernos y querernos mediante textos y en ellos a las personas que los inspiran y escriben.
Como poeta, Colchado se muestra en cuatros libros Aurora tenaz (1976), Arpa de Wamani (1988), Devolverte mi canción (1989) y Sinfonía azul para tus labios (2005). La calidad de su poesía fue reconocida, en 1980, al ganar el Concurso Nacional de Poesía José María Eguren (Asociación Cultural Ínsula de Lima). Seis años después, obtiene una mención honrosa en la III Bienal de Poesía Premio Copé, con su poemario interpelante Arpa del Wamani, donde los ritmos andinos gobiernan el caudal de sus versos.
Cuando comparamos el diálogo entre sus mundos poéticos y narrativos encontramos puentes sensibles. Así, su narrativa nunca deja de tener ese fuerte aliento lírico; pero también en su poesía encontramos el sentido del diálogo, la conversación, el espíritu confesional, una prosa que invade la poesía. Poesía y narración se refuerzan. Por ello, cuando leemos su literatura, sentimos que un hermano de Arguedas acompaña con su latido en forjar nuestra mejor tradición literaria, esa que tiene médula y hueso, que tiene vibración telúrica. Su fluyente lírico trabaja en el corazón, hasta enternecernos y llorar por un amor; pero también es palabra dura que fragua y estalla cuando la injustica toca nuestros nervios. Así, popularmente estético, dirá: “Caray”, “Ni cojudos que fuéramos”, cuando nos piden celebrar la llegada de Colón, con quien se instaló el dolor en esta tierra firme; por ello, el poeta convoca a los tambores de guerra para “celebrar” la llegada de los vagos y codiciosos.
Colchado es poeta del amor y del compromiso social. Desde la palabra libre y el verso ardido, presenta su resistencia a los sistemas voraces que pueden desorientar la mente de las personas. Así, en la dedicatoria al libro Aurora tenaz, escribe: “En nuestro, país, Irene, las muchachas campesinas no saben de fiesta de Quince años” (9); por eso, ante el rechazo de la amada por celebrar esta fiesta, el poeta le obsequia su libro y le dice: “Ábrelo cada vez que tu corazón lo quiera. De él sentirás brotar mi alma a cada instante, llena de luz o de sombras” (9). Un amasijo seductor de interpelaciones conforma el libro. Esta misma intensidad cuestionadora se muestra en el poema “Te recuerdo María”: “[…] te habían fabricado una ilusión: serías secretaria ejecutiva / si sabias sonreír / y sentarte en las rodillas de los gerentes” (51); modo de vida que cosifica a las personas, las vuelve dependientes, despojándolas de su dignidad humana, pero también existen las que no se dejaron asimilar por el sistema: “[…] nunca encontraste trabajo / porque jamás tus manos obreras / se rindieron a las caricias del sistema” (51). Esas son las decisiones sencillas, pero rotundas, que experimentan sus personajes poéticos, que mantienen una personalidad, que enfrenta y vencen a los sistemas engañosos. Por ello, sus versos configuran también una poesía de magisterio, porque emocionan y orientan.
Su lírica también deambula por las calles expresando su potente crítica al momento injusto: “Esta tarde muchacha / los maestros haremos una marcha de protesta / pidiendo un poquito más de vida para nuestra sangre” (50). La metáfora biológica de la agonía, sangre sin vida, pero basta un poquito de aliento para reanudar la existencia. Aquí hasta el pedido violento de la marcha se ve atenuado por el diminutivo, pero no disminuye la potencia del mensaje. Esta muchacha, la paloma libertaria, no está agitada corriendo por las calles; pero siente el poeta que puede estar presente de otra manera: “Sino aquí dentro / en mi corazón/ayudando con las manos / a que no se me caiga el alma” (50). La protesta social y el amor confluyen, porque sus tambores de guerra suenan en las calles y más intensamente en el corazón, porque un beso puede ser el incendio y razón de una proclama. Así, en el poema y en la vida, la ternura sostiene el alma de la lucha. Se trenzan el agitado corazón de la protesta y el poseído corazón del amor.
Esta forma de combatir la vive de manera temprana el yo poético y seguramente el niño que caminaba junto al mar, en el crudo aprendizaje de la muerte: “[…] yo que aprendí en el puente Gálvez / que por un pliego de reclamos también se muere / yo que vi caer al compañero espinola minchola / y al estudiante miranda/ no tuve entonces una rosa / para quitarle los pétalos/y quedarme con la espina/ni un arma con qué apuntarme el pecho” (53); como también murió la chica del barrio Miramar, víctima de las de la represión, mujer que vivió “en el verano de una ilusión” (53). No hay verso alambicado, sino enunciación sencilla, como un canto de campo o arenga de calle, sin rebajarse al panfleto, sino que se eleva en una estética sencilla que facilita el fluir de ternuras y cóleras, porque la poesía del pueblo es simple, hermosa y rotunda.
Toda esta forma desolada de vida puede subvertirse porque el poeta lanza un canto de esperanza, de esta forma puede devolverle a su amada su jardín, su canción, sus rosas, su trigal, la vida suma, porque hay esperanza para reencontrar el mundo arrebatado, por los ñakaq, los que hacen el mal. Épicamente alzado, pedirá: “[…] se te devuelva las lechugas/ y tu huerto de manzanos/ tu dignidad de madre/ y tu palomar de ilusiones” (49), porque “mañana, luego que hayamos recuperado el pan, el trigo, la semilla, / sonrientes curaremos las heridas / y el beso y el amor y hasta las querellas nuestras / tendrán la dimensión apetecida” (36); entonces el mundo será más dulce, pero hay que forjarlo con amor y firmeza en el proyecto de amaneceres. La paloma que castiga de Arguedas encuentra su hermana en la urpi ilusionada de la vida que vuela en los poemas de Colchado.
Como la vida, su literatura tiene diversos hilos y tonos. Así, muestra un sutil erotismo: “Yo hasta ahora / casi siempre / solo besos y caricias le he dado. / No se puede más. // A veces quisiera ser el viento / explorando sus secretos” (29). El secreto querer, el estallante deseo se aquieta por la pureza del amor; por ello, solo la imaginación puede subir arribita de sus rodillas. El amor recorre toda la poesía de Colchado. La muchacha que no llega a la cita, la mujer prohibida, pero deseada y se ama silenciosamente a la distancia, la amada por la que es capaz de atravesar la noche para devolverle su canción de amor, la paloma que guerrea en el corazón. Pero también hay amores mágicos como el arcoíris, que con sus siete colores quiere enamorar y embarazar a las muchachas, que se disuelven ante los colores brujos del amor. También hay vientos atrevidos y pícaros. Así su poesía busca justicia para el amor, justicia para la sociedad; por ello es que sus versos son semillas que el lector cosecha sudoroso, feliz, alumbrado, con alertada imaginación.
La narrativa de Colchado espacialmente abarca todas las regiones del Perú: la costa, con textos como Del mar a la ciudad, Hombres de mar, El cerco de Lima; y la selva, con la saga del Cholito, donde hace un ingreso feliz al mundo Huambisa de la mano de Uti Bari. Pero es el espacio andino donde más ha novelado; es más, toda su narrativa remite de una u otra manera al ande, a esa raíz de la cual no se desprende. Es cierto que entra en diálogo con espacios mayores, como el mundo mismo, pero el brote siempre es andino. A nivel temporal, también existe una extensión considerable, pues a través de la narrativa ingresa a los saberes ancestrales mediante la tradición oral o, a través la cosmovisión de sus personajes, nos aproximamos a ese pasado actual, porque no está atrás, sino que está vivo en la literatura de Colchado, vibra en los corazones de sus lectores. No hay pues tiempo muerto, sino culebra viva, ardido caudal de imágenes aéreas que refrescan los momentos del hombre y su tierra.
Colchado cuenta que cuando era niño su madre, una gran narradora oral, le enseñó a escuchar, porque escuchar también es hablar y cooperar, porque en el mundo andino todo es ayni, todos necesitamos de todos; por ello, sus relatos tienen el sustento de lo colectivo. De esos tiempos de infancia, siempre hay imágenes que aparecen como fogonazos en su memoria: historias de gente sencilla, pero de profunda sabiduría, relatos donde la crueldad y la risa pugnan por salir juntas. Además, muestra una forma de celebrar con palabras la magnífica vida peruana, de presentarnos actores culturales que son capaces de reírse de la tragedia, porque esta ha sido su compañera de siglos y de intensos desafíos.
Así, asoma como un brote espléndido en su escritura el aire del pasado que envuelve sus letras; por esta razón, cuando leemos sus páginas, sentimos el soplo del allin wayra, aire bueno que viene de los tiempos ancestrales, que limpia la maleza e instala la esperanza, que disuelve lo tormentoso y propone la bondad de los espacios, de la tierra, de la naturaleza, de la generosa pachamama que nos da la vida. Pero también nos trae un aire de muerte, un aya wayra, mana allin sunqu, awqa runa, que recorre los campos, que cruza geografías temibles. Por ello, cuando sus personajes no pueden a travesar esos profundos abismos, cuando la vida es detenida por un accidente o por una bala, ellos continúan su errancia después de la muerte, sorprendiéndose de sus descubrimientos, respondiendo a sus preguntas o matando y vengando desde la muerte, tal como lo viven los personajes de sus novelas.
Precisa Colchado que: “Muchos creen, cuando leen mis libros, que he vivido en la sierra hasta hace poco, pero lo cierto es que crecí en Chimbote y luego viví en Lima. Mi cercanía al mundo andino se explica porque nunca he perdido el contacto con los paisanos y la gente provinciana que conozco”. Estas palabras revelan que, cuando uno vive su mundo con sentimiento y sinceridad, cuando uno no estropea su identidad y mantiene siempre sensible el vínculo de unión con su tierra, con su gente, sus llaqtamasiykuna, nada puede el olvido; por ello, sus historias discurren con la naturalidad de lo vivido, en una mezcla proteica de historia, oralidad, memoria, mitos, personajes andinos vivos o muertos que regresan desde sus mundos lejanos, como los condenados andariegos de mundos que nos perturban hasta que los tranquilizamos con una misa, como ocurre en su cuento “Kuya Kuya”, uno de los más extraordinarios relatos de amor de niños, de esos amores diáfanos e inquebrantables, como el amor del niño enamorado de Hildacha, quien tiene que torcer la suerte para evitarle el sufrimiento, o como el sentimiento de Pancho y Lucía, quienes se esperan después de muertos para celebrar un amor de fuego. Estos personajes que traman su vida y sus amores tormentosos, románticos e increíbles están en sus libros.
Sus historias muestran una severa crítica a los actos injustos. Colchado afirma: “Al comienzo lo hacía intuitivamente. Pero, revisando mi obra, me doy cuenta de que así ha sido desde mis primeros libros. Por ejemplo, cuando escribo de las rebeliones indígenas que buscan reivindicar su cultura como sucede en ‘Cordillera Negra’. Incluso mi personaje infantil Cholito es un niño que lucha contra los abusos”. Ese es su objetivo: enderezar el mundo con historias, tal como ocurre con el niño que se encuentra con “El último hombre del Che”, quien se guarda una balita para vengar los posibles abusos que podrían cometerse contra su hermana, o como en “Plumaje de sombra” donde desde un helicóptero se arrasa pueblos. Estos textos se alzan con intensión de denuncia y se movilizan buscando justicia desde su estatuto ficcional.
Colchado ha construido una obra sólida que marca la continuidad de la mejor tradición literaria: esa literatura que funda naciones, que construye imaginarios, que revela realidades crudas de naciones rajadas. Los premios que ha logrado reconocen la valía de su escritura: Del mar a la ciudad ganó en 1978 el premio nacional “José María Arguedas”; Cordillera negra, cuento que narra la rebelión de Atusparia, ganó de forma unánime el Premio Copé Oro de Cuento en 1983; también Ganó el Premio Nacional de Novela en 1996 con Rosa Cuchillo, una novela que ha recibido una considerable atención de la crítica, varias tesis, libros e incontables artículos así lo demuestran, como su traducción a otros idiomas.
Rosa Cuchillo “sucede en dos mundos: el mundo de la realidad visible que todos conocemos y el mundo de la muerte”. Este es un tema en que incide en forma innovadora Colchado, porque la novela habla de la guerra interna que vivió el Perú, de Sendero Luminoso, de los militares y de los grandes perdedores en ese conflicto: la castigada población andina. No es una novela de turistas, de fotografía, sino una novela que aflora desde el tuétano. Aun así, afirma: “Es curioso. Soy una persona pacífica, tímida, pero escribo sobre la violencia para exorcizar todo lo que vivimos en los 80. ¿Quién no vivió los apagones y los bombazos que sonaban a lo lejos? Rosa Cuchillo es parte de lo que todos vivimos, pero también fue un gran ejercicio de imaginación”. Su escritura se presenta como poética de la catarsis, una sacudida existencial del dolor que descarga las densas y luctuosas visiones de un tiempo oscuro. En el texto La casa del Cerro El Pino, con el que ganó el premio Juan Rulfo, la violencia trepa el cerro como un aire funesto que se arremolina y espesa en la casa, crea silencio para que las explosiones lleguen por emisoras de radio y la sangre derramada sea absorbida por la madre tierra. Un cuento que muestra el domino de las técnicas modernas de narrar; por ello, ahora se lee en varios idiomas.
Óscar Colchado, amigo, hermano, llaqtamasi, wawqiycha, ahora que tus personajes viajan por el mundo llevando las historias de nuestros pueblos, nos colma la emoción. Sabes, wawqicha, que celebran tu premio los hombres que vive en las vertientes, en sus ch’ukllas de las altas punas que rascan el cielo; los hombres que viven en el mar, que amanecen mirando el horizonte; los que están en la memoria y en el corazón, nuestros amados muertos que no se cansan de vigilar nuestros pasos, seguro que desde el hanaq pacha están alumbrando ahora con ojos de candela. Pero también, wawqicha, están emocionados los ríos, los lagos, los caminos, los vientos, las grandes caídas de agua, las p’akchas. Por tu premio, los pájaros cantarán con su sonaja jaranera, harán fiestas en el aire; los grandes eucaliptos se abrazarán emocionados como hombres mayúsculos, o como compadres alferados en fiesta patronal. Celebran también tus personajes como Rosa Cuchillo, eclosionada por encontrar a su perrito Wayra y, sembrada la esperanza para abrazar a su hijo Liborio, te sonreirá desde Auquimarca como candelita feliz; Pedro Chinchayán y Nieves Collanqui, con rostros triunfales, agitando proclamas en los puertos en defensa de los pescadores, te mostrarán emocionados su puño de libertad; Sara Sarandonga bailará como nunca, con movimientos de cuerpo social; Nesho, con carita enamorada y con decidido corazón, mostrará el brillo del vencedor de muertes; el Uchcu Pedro abandonará su fea manera de mirar y, como puma recompensado, rugirá en la puna; Paliaco, de “Kuya kuya”, quien con el polvito del tuktupillin pudo alcanzar su gran amor; la Floria, te agradecerá por haber escrito su final feliz; Luis Pardo seguirá cabalgando, sembrando cóleras entre los hacendados y llevando alegrías a los pobres, detendrá un momento su caballo para hacerlo parar en dos patas y proclamar su alegría; y el Cholito de los andes mágico, reunirá a los amigos en canto fiestero. Nosotros también, Óscar Colchado, queremos unirnos a esta celebración y decirte: “Allin sunqu wayqicha, chay hatun qilqayniykikunarayku, kawsay wiñay wiñay, añaychayki tukuy sunkuywan”, gracias por tu literatura; por ello, con nuestros emocionados corazones verdaderos, te brindamos un aplauso unánime, haylly, haylly wawqicha.