El poeta y narrador Óscar Colchado Lucio (Áncash, 1947) será galardonado con el Premio Casa de la Literatura Peruana 2018 el jueves 26 de abril. En el marco de este reconocimiento compartimos un extracto de la extensa entrevista que le realizamos, donde habla sobre su familia y su acercamiento a la escritura.
¿Dónde nació?
Nací en un distrito que se llama Huallanca, en la provincia de Huaylas, (en Áncash). Está ubicado en el Callejón de Huaylas al final de la Cordillera Blanca y la Cordillera Negra, donde el río Santa rompe ambas cordilleras e ingresa su curso hacia el mar.
Luego de su nacimiento se traslada a la tierra de sus padres…
Sí, efectivamente. Me traslado a Huayllabamba, en el Callejón de Conchucos, cerca al río Marañón. Ahí es donde paso los primeros años de mi infancia y conozco más el mundo andino. Luego, cuando tengo más o menos cinco años, mi padre me lleva al puerto de Chimbote. Ahí tuve un acercamiento con los pescadores; la gente provinciana de diferentes lugares del Perú que convergen en esa ciudad; y también con extranjeros que iban a trabajar en la pesca.
¿Cómo se llamaban sus padres y a qué se dedicaban?
Mi padre, Manuel Ambrosio Colchado Rojas, y mi madre, Justa Lucio Padilla. Mi padre era comerciante y agricultor, pero por temporadas trabajó en las minas y en Chimbote en la planta de acero. Desempeñó varias actividades, pero fundamentalmente fue un agricultor y comerciante. En el pueblo donde vivíamos tenía sus chacras y una pequeña tienda.
¿Y su madre?
Mi madre era ama de casa. Ella veía las cosas del hogar. Atendía y colaboraba en todo con mi padre. Sobre todo en la tienda que teníamos y en las labores agrícolas.
¿Su primer acercamiento a la lectura es por una pequeña biblioteca que tenía su padre?
Sí, mi padre tenía sus libros. Él viajaba desde Huayllabamba a Lima para llevar cosas para su negocio y de paso llevaba libros. Él trajo Las mil y una noches; El conde de Montecristo; otras obras de Alejandro Dumas; Sandokán y el tigre de la Malasia; una serie de libros que cuando era más niño él me los contaba, pero que después yo leí.
¿Cuántos hermanos tuvo?
Nosotros hemos sido muchos hermanos. Hemos sido alrededor de once, pero en el camino se fueron muriendo. Se morían muy temprano porque en esos tiempos había muchas enfermedades que atacaban a los niños. El conocimiento de la medicina en aquellos tiempos era muy limitado. La gente podía morirse de tifoidea, sarampión, meningitis, etc. Se morían rápido porque no había el auxilio médico en el momento.
Y usted, ¿qué número de hermano fue?
Yo soy el antepenúltimo. Después de mí era mi hermana Elsa y otra bebita que se llamaba Aidé. Con mi hermanita Elsa jugábamos hasta que ella también muere temprano. (Ahora) quedamos mi hermana Juanita y yo. Ella fue una de las mayores y aún sigue viva.
¿Su padre falleció cuando usted era niño?
Sí, mi padre fallece cuando yo tenía siete años. Él había sido por temporadas minero y esa enfermedad de las minas lo consume temprano. Mi padre entró a trabajar desde los 12 años en la mina.
Tras la muerte de su padre, ¿usted viene a Lima?
Cuando mi padre murió regresamos a Chimbote, donde habíamos estado establecidos, sino que viajamos con mi padre a los andes (a Huayllabamba) para que se mejore de su mal. Sin embargo, ni bien llegó, el mal lo atacó peor y falleció a los pocos meses. Tras su muerte volvimos a Chimbote con mi madre y esperamos que mi hermana regrese de Huaraz donde estudiaba. Después venimos a Lima, donde estudié en un colegio que se llamaba Santa Eugenia, que recién ha desaparecido. A raíz (de la experiencia en esa escuela) he escrito un libro que se llama Dos chicos del Rímac.
Usted ha comentado varias veces que su madre y su abuela eran grandes narradoras orales…
No solo mi madre, mi abuela, sino mis ancestros, mi bisabuela y por último todo el pueblo (de Huayllabamba), porque ahí la forma de comunicarse era oral. No había radio, no había televisión, no había cine. Solamente libros que llegaban para algunas personas y el resto eran cuentos orales, narraciones sobre acontecimientos del pueblo y de lugares cercanos. Entonces, mi madre y mi abuela contaban cuentos orales de condenados, de pishtacos, de seres mitológicos.
Usted, en un testimonio para El Dominical de El Comercio, contó que había querido ser aviador…
Mi padre era el que quería que sea aviador, en realidad, yo no. Más bien cuando yo era niño quería ser monaguillo. Y a mí papá le dije: “Yo quisiera ser padre”. Mi padre se rió y me dijo: “Serás padres de tus hijos” (Risas). Él quería que sea aviador. Me llevaba a un campo de aterrizaje en Chimbote. Como era amigo del guardián nos subíamos a un avión y estábamos sentados mirando los aparatos de la nave, conversabamos, pasábamos horas. Me contaba cuentos. Él quería que sea aviador y quizás hubiese seguido, pero mi talla no daba para ser aviador. En ese entonces exigían talla alta. Ya después me dediqué a la escritura.
¿Cómo fue su acercamiento a la escritura?
En realidad debí empezar escribiendo relatos o poesía andina, pero el hecho de haber despertado a la literatura en Chimbote hizo que en mis primeros bocetos literarios me inspire en el puerto, los pescadores, las gaviotas, los crepúsculos. Incluso los cuentos y poemas que publicaba en el periódico mural de mi colegio era todo sobre esa ciudad. En algún momento siento que mis ancestros eran andinos y poco a poco empecé a leer a los autores indigenistas como a Arguedas y Ciro Alegría. La lectura de esos autores me despierta el interés por escribir sobre los andes. Es ahí cuando empiezo poco a poco a poner más oído a la gente que venía de los andes, a los recuerdos de mi madre y a las narraciones orales de muchas personas. Después de eso comienzan a surgir mis novelas y cuentos andinos.
Usted cuando sale del colegio, ¿quiere ser ingeniero químico?
No tenía consciencia de que iba ser escritor. Simplemente estaba en los últimos años de secundaria y debía optar por seguir una carrera universitaria. En ese momento la literatura la tomaba casi como un hobbie y de pronto tuve un profesor de química magnífico. Se llamaba Juvenal Morantes. Él tenía una forma de enseñar que hacía que la química sea muy fácil. Me sacaba muy buenas notas. Eso me animó a seguir Ingeniería química, pero no pude realizarlo porque había una restricción para los que habíamos estudiado secundaria técnica y solo nos daban opción para ser profesor. Por eso decido seguir la carrera de docente. Ahí recién me doy cuenta que empalma perfectamente con lo que me gustaba: la literatura. Entonces, estudio para profesor de Lengua y Literatura.
Ceremonia de entrega del galardón
La ceremonia de entrega del Premio Casa de la Literatura a Óscar Colchado se realizará el jueves 26 de abril de 2018, a las 7:00 p.m.